sábado, 7 de enero de 2017

Los inmigrantes no son un peligro, sino que están en peligro

"El mal es un monstruo, un poder sin nombre que se burla de la justicia"

Pepa Torres Pérez, 04 de enero de 2017 a las 10:47       Religión Digital Opinión  
El imaginario de los migrantes como peligro y amenaza a la seguridad cotidiana se reproduce desde las lógicas del poder e invierte la realidad.
 El triunfo de Donald Trump como presidente de Estado Unidos confirma entre otras cosas el éxito de la criminalización de los inmigrantes y el poder del miedo para manipular a las masas, incluido entre los propios migrantes. Convertir al diferente, al extranjero, en enemigo o en chivo expiatorio en condiciones de impotencia política o crisis económica funciona. La sombra de los neofascismos recorre el mundo, ya sea con el nombre de Trumpismo, Amanecer Dorado o Lepenismo.

 Pero como ha declarado recientemente Monseñor Agrelo, las personas migrantes y refugiadas, los sujetos que viven en primera persona el fenómeno de la movilidad humana, no son un peligro, sino que están en peligro y la legalidad ha declarado la guerra a los pobres.
Lo hemos visto recientemente en algunas imágenes que a través de medios alternativos nos han mostrado el desalojo violento de más de 3000 inmigrantes,en los alrededores de la estación Norte de París, donde intentaban cobijarse tras el desmantelamiento de los campamentos de Calais y su posterior traslado en autobuses de la vergüenza, que en lugar de proteger a las personas protegían con plásticos antisépticos los asientos.
El imaginario de los migrantes como peligro y amenaza a la seguridad cotidiana se reproduce desde las lógicas del poder e invierte la realidad. Así está sucediendo cada día, ya sea en la Puerta del Sol en Madrid, con el acoso a manteros, con el nuevo plan policial que se quiere poner en marcha en el distrito Centro, o las agresiones a lateros que estamos registrando en estos últimos meses, ya sea en el bosque de Beliones en la frontera Sur, en los campos de refugiados en Grecia y Turquía o la violación sistemática de los derechos humanos en los CIES, como recientemente las personas amotinadas en el de Aluche nos lo han recordado con sus gritos de dignidad, dignidad, libertad, libertad.
 Por eso, como denuncia el obispo de Tánger, produce perplejidad ver a las fuerzas de seguridad de los estados desplegarse para que los pobres no puedan acceder al pan y circular libremente por las calles. El mal es un monstruo, un poder sin nombre que se burla de la justicia. Ignora los derechos humanos e impide incluso la caridad, en el mejor sentido de la palabra, o sencillamente el sentimiento de humanidad ante el sufrimiento de los otros si estos otros son diferentes, porque el diferente se ha demonizado y convertido en peligro.
Pero el otro, el diferente y su clamor irrumpen también en nuestra vida cotidiana con una verdad más desnuda:
"Estoy a la puerta y llamo si me abres cenaremos juntos" . " Clamo en las fronteras de la Europa fortaleza. He sido expoliado, por guerras y hambrunas producidas por aquellos que me criminalizan y me convierten en descartable para mantener su status quo..."


 "Estoy a la puerta y clamo. Abridme, en nombre del Dios, de Jesús, Nuestra Justicia. Abridme en nombre de Alfattah, el Dios todo apertura, como le invoca El Islam".
"Abridme, para que nos sentemos juntos y juntas en la mesa de los derechos humanos y sociales y la distribución equitativa de los bienes de la tierra. Abridme, Abrid las fronteras. Soy, yo Dios mismo, el que os lo reclama (Ap 3,20)".

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