sábado, 10 de diciembre de 2016

Vieja ermita gallega

Koldo Aldai



 
Parece que siempre hubiera estado allí, tal es su sólido anclaje, su perfecta simbiosis con el paisaje de hojas caídas. Tras largo paseo a la vera del mágico río, la ermita hizo el resto, terminó de ensanchar nuestros corazones. Las piedras cargadas de musgo y memoria nos sugieren volcar hacia el pasado. No en vano la historia quedó apresada y encerrada en el remoto lugar, entre los guardianes robustos de los árboles.
Somos también esas manos pacientes, esos callos curtidos, ese sudor antiguo, esa pasión por las piedras reunidas y sumadas en lo profundo del valle. Somos los hermanos constructores que se dieron por entero levantando el escondido templo del bosque. La talla continúa. Somos el cincel y martillo, la roca y la melopea de oración. No renegamos de nuestra tradición, menos aún cuando se abre el castañal y nos revela esa obra generosa, ese testimonio vivo de fe y entrega que encarna la vieja ermita. No renegamos de nuestra tradición, menos aún en el corazón de la arboleda, en medio de esa inmensa alfombra de hojas acalladas. A lo sumo añadimos nuevos santos sin sotana, nuevos rosarios sin viacrucis, nuevo Nazareno sin cruces… Olvidamos “vísperas” y “maitines”, mas no renegamos del cristianismo, a lo sumo una nueva canción, una palabra actualizada, una fe reinventada y sin doctrina…
Ahora que estamos reconociendo todas las constelaciones que nos alumbraron e influyeron. Ahora que retornamos al pasado desnudos por fin de rencor e ira, nos descalzamos e hincamos la rodilla ante los cirios ya gastados, ante el altar polvoriento y olvidado.
Somos ese pasado, esa tradición ardiente, esa fe entregada. Somos esa historia y damos gracias, siempre gracias… Ahora podemos disfrutar de una letanía que memorizaron los labios, de una pizarra que cobijó generaciones, de una ermita que sobrevivió a todos los vientos. Estamos aún acarreando esas piedras sagradas, cincelando sus esquinas, encalando sus paredes…, sobre todo agitando sus campanas. Somos esas campanas ya durmientes, rendidas que antes inundaron el bosque con su llamada poderosa.

La Obra continúa, la llamada nunca se acaba. Hemos vuelto para abrazar y agradecer al fiel árbol guardián, para agitar esas campanas en lo profundo del valle, para subir a la torre castigada y llamar sin distinción de credo, ni fe. Ahora nuestras campanas hablan idiomas, son universales. Allende musgos y helechos, alcanzan otros valles y montañas, otros corazones ya no importa la tradición, la nación, la raza…






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