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«El mediador, en cambio, se pierde a sí mismo para unir a las partes,
da la vida, a sí mismo, el precio es ese: su propia vida, paga con su
propia vida, su propio cansancio, su propio trabajo, tantas cosas – en
este caso el párroco – para unir a la grey, para unir a la gente, para
llevarla hacia Jesús. La lógica de Jesús como mediador es la lógica de
aniquilarse a sí mismo. San Pablo en la Carta a los Filipenses es claro
sobre esto: ‘Se aniquiló a sí mismo, se despojó de sí mismo’ pero para
hacer esta unión, hasta la muerte, muerte de cruz. Esa es la lógica:
despojarse, aniquilarse»
“Nosotros
no tenemos que emprender nada si no es el Espíritu Santo quien nos
mueve, o sin haberlo consultado antes de cada acción. Tenemos el ejemplo
más luminoso en la vida misma de Jesús. Él no inicia nunca nada sin el
Espíritu Santo. Con el Espíritu Santo anduvo por el desierto; con la
potencia del Espíritu Santo volvió e inició su predicación; “en el
Espíritu Santo” eligió a sus apóstoles (cf Hch 1,2); en el Espíritu
Santo rezó y se ofreció él mismo al Padre (cf. Heb 9, 14)”
*
«Son los pequeños, hechos grandes por su fe, los que saben continuar
esperando. Y la esperanza es una virtud de los pequeños. Los grandes,
los satisfechos no conocen la esperanza; no saben qué cosa es. Son
ellos, los pequeños con Dios, con Jesús los que transforman el desierto
del exilio, de la soledad desesperada, del sufrimiento, en un camino
llano sobre el cual caminar para ir al encuentro de la gloria del Señor.
¡Dejémonos enseñar la esperanza! Esperemos confiados la llegada del
Señor, y cualquiera que sea el desierto de nuestras vidas y cada uno
sabe en qué desierto camina, se convertirá en un jardín florido. ¡La
esperanza no defrauda!»
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