sábado, 16 de marzo de 2013

DOMINGO V DE CUARESMA.CICLO C.

 NUESTRA VARA DE MEDIR
 "Tampoco yo te condeno."  Es la frase clave que oímos en este evangelio del quinto domingo de cuaresma  y que expresa de forma radical y absoluta el deseo de Dios manifestado en Jesús de  ayudar al hombre a ponerse en pie y seguir su camino con un corazón totalmente renovado.


 La justicia del hombre no es la justicia de Dios. Aquella va  impregnada de cumplimiento y  radicalidad que condena y esta de misericordia y compasión que salva al hombre. La justicia de Dios no se caracteriza por la pena impuesta, sino por la liberación y la libertad que ofrece a aquel que la experimenta aún antes de pedirla, solo basta un corazón arrepentido y ese breve diálogo con el Maestro
Todos necesitamos el perdón, todos  necesitamos la palabra acariciadora que no nos pregunta por lo que hemos hecho sino que se fija en el arrepentimiento, en la actitud humilde de la postración y no se hace esperar.
¡Que magnífica lección para todos, que somos tan ligeros a la condena y tan duros para el perdón! ¡Que radicalidad de la opción de salvar al hombre  por encima y mas allá de todo lo que haya podido hacer!
Sí es necesario que se produzca el encuentro del corazón roto y humillado. Humillado no  tan  solo por los que acusan sino desde el interior. El reconocimiento de que somos pecadores, de nuestra debilidad y necesidad de la salvación que nos viene del mismo Dios, que se acerca nosotros con  una oferta nueva, distinta y diferente y que nada tiene que ver  con la que el mundo ofrece y propone, esa es la garantía que provoca que Dios tienda su mano ofreciendo el perdón y la ilusión de un volver a reanudar el camino, totalmente esperanzados.
Con la forma de comportarse con esta mujer, Jesús nos dice abiertamente que es lo que piensa para el pecador, para el que ha iniciado un camino de alejamiento y que quiere desandar y quiere volver  a empezar.
 Es a partir de los pies de Jesús, a donde ha sido arrojada esta mujer por los que piden el cumplimiento de la ley, y que ya habían condenado, desde donde se inicia un nuevo camino, porque la ley de Dios es otra, no es la de la condenación o aborrecimiento del hombre, sino la de la salvación por el amor misericordioso que habita y define el mismo corazón de Dios y que pone al hombre en pie dejándole libre y dueño de sus actos.
La lección es muy sencilla: si Dios no condena yo no soy quien para condenar al hermano, que en muchas ocasiones es mejor, mucho mejor que yo.
FELIZ DÍA DEL SEÑOR. 
 

 

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