sábado, 16 de junio de 2018

Inmigrantes: Cruceros para pobres…




En el año 1994 llegó la primera “patera” a las Islas Canarias procedente de África.
En las Islas Canarias estamos viviendo una situación más que lamentable. Ya saben ustedes que nuestras costas están a cien escasos kilómetros de África y cada día la avalancha de pequeñas embarcaciones (las llaman “pateras”), -cuando no naufragan muriendo todos sus ocupantes- llegan a nuestras playas escupiendo el mar a cientos y cientos de personas. Les invito a que conozcan cómo es un viaje de estas personas africanas que vienen buscando una mejor calidad de vida para ellos y para sus familias. Conoce cómo es un crucero para pobres…
La mayoría llegan de los países del centro de África. En su aldea les han hablado de Europa y de sus inmensas posibilidades, ya saben ustedes que estamos en pleno “Sueño Europeo”. Para poder viajar piden un préstamo al rico del lugar. Tienen que tener dinero suficiente para llegar hasta las costas vecinas a Canarias y allí pagar a las mafias que les transportan hasta nuestras playas. Hacen miles de kilómetros a través de selvas, desiertos y pequeños poblados, siempre cuidando que no les roben ni las fieras ni los hombres… Es verdad que hay otros con mucha más suerte. En su propia aldea han recibido la visita de las mafias de turno que en un único paquete les ofrecen el viaje hasta la costa, el viaje en patera, ropa decente para que al llegar a Canarias no llamen mucho la atención… Todos son facilidades pero la garantía es la misma: una vez que estés trabajando en Europa tienes que devolver el dinero con intereses. Tienes dos oportunidades para entrar ilegal en Canarias. Si te atrapa la policía por primera vez cuando te devuelvan al origen, lo intentaremos nuevamente sin costo. ¡Muy mal nos tiene que ir para que te atrapen dos veces!
¿Qué ocurre si no pago, si me pasa algo, si me muero en la travesía? ¡Nada hombre! Tu familia lo tiene que devolver, ellos son la garantía. Ellos pagarán si no es con trabajo lo harán con su esclavitud, con su cuerpo o con su vida. Perdonen, esto es otro tema; hoy sólo quería hablarles del crucero de los pobres.
Llegan a las costas africanas vecinas a las Islas Canarias. Han sido meses de viajes, de penas, de miedos. Para que ustedes se hagan una idea este viaje es lo más parecido a una peregrinación al santuario del consumo y del supuesto bienestar. Si han contratado un paquete completo les llevarán a unas miserables casas o chabolas donde se amontonan escondidos hasta esperar el viaje deseado. Pueden estar semanas, incluso meses a la espera. Ven llegar a sus paisanos residentes en Europa a las bien merecidas vacaciones en su tierra. Ven sus coches, sus equipajes, sus gafas y relojes “Ya me queda menos para estar yo igual”, dicen para sus adentros.
Ya les han avisado que salen mañana. Lo último que hacen en tierra africana es bañarse bien, lo mejor posible, no tienen que dar olor a pobres, se tienen que restregar bien la miseria para que quede ahí, en la dolorida África.
Muchos de ellos no hablan la misma lengua, sólo utilizan el lenguaje de los signos, la simbología de la mirada, el sedante de la sonrisa. Se bañan con unas latas de aceite o de petróleo reconvertidas en humanos cuencos. El jabón es de las tiendas de “Todo a un euro” de los comercios canarios.
Ya están vestidos con sus mejores galas. Algunos de ellos es la primera vez que se ponen zapatos, o corbata. Ya dejan atrás sus miserientas telas. Ya dejaron el polvo de sus caminos y lugares, ahora les toca dejar sus ropas y enseres. No tienen que aparentar quienes son sino cómo les gustaría ser, y todo esto ya desde las costas de África.
Es de noche. Todo el grupo está en la playa. La barca (“la patera”) llega con su olor, inmenso olor desagradable de combustible. El peor olor que ustedes se puedan imaginar. Les dan instrucciones precisas. Se tienen que colocar al estilo “lata de sardina”, unos sobre otros y bien pegados, así se mezclan los olores de los perfumes y del combustible y de la esperanza. No se pueden levantar durante la travesía; total son sólo diez o doce o catorce horas de viaje o toda la vida. Tienen que estar sentados en cuclillas, una postura muy cercana a la fetal, porque para eso van a nacer a una nueva vida en ese duro parto del mar y de la ilusión.
Ya las mafias se han encargado de pagar a los vigilantes de la playa para que no estén en el lugar preciso. Está completo el cargamento, no cabe nadie más, ni tan siquiera ese hueco que lo han rellenado con un niño pequeño. Hay un silencio de muerto en el comienzo de la travesía.
La patera ha comenzado su viaje. El ruido de los dos motores. El olor del combustible, la mezcla de colonias, la peste del sudor, al aliento del otro en tu cara, en tu nuca, en tu oreja izquierda y derecha. El susurro de los recuerdos, la luna que se esconde y el agua rota por la madera y por la ilusión de una vida mejor.
Ya llevamos cuatro horas de viaje. La humedad de la noche. El agua que salta por todos lados. Empapados de todos los líquidos, las interminables cuclillas donde los músculos se rebelan contra su dueño y duelen, ¡vaya si duele estar horas y horas en cuclillas! ¡Haz la prueba! La patera sigue.
En la noche la piel negra se confunde con el paisaje. La noche es cómplice de su piel, su mejor aliado; pero todos los demás elementos les atacan sin piedad: el viento, el frío, la fiebre, el hambre, las ganas de hacer sus necesidades fisiológicas, todo se pone contra ti. Ves lágrimas, son ya seis horas de tortura. Ya no sientes el cuerpo; como estamos en la noche se ha dormido, sólo el cuerpo porque él sigue dolororamente despierto. No siento ni las piernas ni los brazos. Me duele todo. Me duele la vida. Y lo más terrible es que no me puedo mover; estoy compartiendo mi vida con gente que no conozco. Rostros perdidos en el anonimato del mundo. Muchos han vomitado absolutamente todo lo vomitable. Otros reposan sobre excrementos, pero nadie se puede mover de su sitio no sea que desestabilicen la embarcación. Ya tienen casi aprendido que para que las cosas te vayan mejor tienes que ir ahora a peor.
Algunas pateras se pierden y nunca llegan a puerto. Algún pasajero se vuelve loco de dolor o el dolor se vuelve loco (da igual), de rabia y de pena y enloquece, y se pone de pie y la embarcación se hunde. No saben nadar, son de tierra adentro. El presupuesto no da para salvavidas. Salvar la vida ahora es lo de menos; donde hay que llegar es a puerto. Mueren la mayoría. Ven pasar cerca un barco de pasaje, o un yate o cualquier otra nave y piden auxilio desesperadamente. Me da la impresión que miran para otro lado y mueren todos. Ya saben ustedes que para muchos la vida se les ha hecho un sitio imposible para vivir.
Una patera llega casi a la orilla pero se destroza en las rocas y así también mueren unas cuantas vidas. Los otros saltan como pueden. Entumecidos, doloridos, sólo la ilusión les da las últimas fuerzas para lanzarse a tierra; pero antes ven morir a muchos compañeros. Gritos de dolor y desesperación. Gente desgarrada porque quieren vivir y la muerte les roba la única vida que tienen.
Alguien llama a la policía. Llegan para ayudar y hacen lo que pueden. Recogen cadáveres, auxilian a los que la muerte intenta llevarse; a muchos de esos policías cuando recogen un nuevo cadáver de una mujer, o de un niño, o de un hombre, se les llena de agua los ojos pensando en los suyos. Las lágrimas vuelven al mar que en el fondo es sólo un gran depósito de lágrimas de la gente que sufre.
Tiritan, apenas tienen fuerzas para quejarse aunque todo les duele y les duele más que mucho. Ahora los llevan al hospital a revisión y cuando estén mejor -después de esta experiencia nunca más se quedan “bien”- van a un centro de internamiento a esperar la repatriación para empezar de nuevo.
De camino al hospital escuchan en pleno puerto una fuerte discusión entre dos turistas y un tripulante de un barco de pasajeros. Se quejan porque los langostinos que pusieron en la cena estaban fríos. Ya saben ustedes que un turista es alguien igual que nuestros amigos, pero con alguna diferencia. En la mayoría de los países si vas sin dinero eres un inmigrante; si vas con dinero eres un turista, de ahí que hoy les haya yo contado esta historia del crucero de los pobres porque los cruceros de los ricos ya los vemos en los periódicos… y es al que todos desean ir.
Mario Santana Bueno

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