sábado, 27 de enero de 2018

Los esclavos del siglo XXI están en

Libia



Por Carla Fibla García-Sala
La OIM alerta sobre 40 lugares del país donde se subastan seres humanos.
Un reportaje en televisión ha destapado una infamia ante la que Occidente mantiene un silencio sospechoso: la compraventa de personas en Libia, el penúltimo peldaño del camino que miles de personas migrantes inician en África subsahariana y pretenden culminar en Europa.
La ruta de la inmigración que parte de países subsaharianos como Malí, Niger, Nigeria o Senegal siempre ha comprendido riesgos. Las personas que un día, a menudo en familia, deciden probar suerte e intentar alcanzar una vida digna que, con el tiempo, puedan hacer extensible a sus seres queridos a través de la reagrupación familiar o enviando dinero, son completamente conscientes de que el camino será arduo, de que estarán solos y que su supervivencia dependerá del azar. La mayoría de las personas que emprende el viaje son creyentes y están convencidos de que, en los momentos más complejos del camino, encontrarán consuelo y refugio donde guarecerse, creen que algo les guiará o les advertirá en las decisiones importantes.
Todos salen de sus casas convencidos de que la experiencia será muy dura, que dependerán de su capacidad de resistencia, empeño y golpes de suerte para toparse con las escasas personas sensibles a su situación de desesperación que, en un momento dado, puedan echarles una mano. La realidad es que esa figura aparece más en el imaginario deseado que en la realidad. Y la mayoría se enfrenta con resignación a la dureza física y mental del camino, a los obstáculos, a los inevitables retrocesos en la travesía, y a las esperas eternas a las que son sometidos sin recibir ninguna explicación.

Las personas, hombres, mujeres y menores, que emprenden la ruta sur-norte, desde África subsahariana, saben que están expuestos, que carecerán de margen de maniobra para negarse a ciertas situaciones, que serán sometidos a vejaciones inhumanas, pero el grado de barbarie que se ha alcanzado durante los últimos meses en el penúltimo tramo antes de alcanzar el sur de Europa, en Libia, es aberrante.
Marruecos, Argelia, Mauritania, Túnez y Libia, los países de tránsito migratorio de la región del Magreb, de los que también parten personas autóctonas –porque las condiciones de vida son a su vez complejas y a menudo miserables para muchas de ellas– son lugares inhóspitos para las personas migrantes del sur de África. Deben permanecer escondidos porque el color de su piel les delata, sobrevivir en guetos mientras esperan pacientes a que llegue su momento.


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