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«¡Ponernos con Jesús en medio de su pueblo! No como voluntaristas de la
fe, sino como hombres y mujeres que somos continuamente perdonados,
hombres y mujeres ungidos en el bautismo para compartir esa unción y el
consuelo de Dios con los demás. Ponernos con Jesús en medio de su
pueblo, porque «sentimos el desafío de descubrir y transmitir la mística
de vivir juntos, de mezclarnos, de encontrarnos, de tomarnos de los
brazos, de apoyarnos, de participar de esa marea algo caótica que [on el
Señor, puede convertirse en una verdadera experiencia de fraternidad,
en una caravana solidaria, en una santa peregrinación. […] Si pudiéramos
seguir ese camino, ¡sería algo tan bueno, tan sanador, tan liberador,
tan esperanzador! Salir de sí mismo para unirse a otros» (Exhort. ap.
Evangelii gaudium, 87) no sólo hace bien, sino que transforma nuestra
vida y esperanza en un canto de alabanza»
“Vivimos
en ciudades que construyen torres, centros comerciales, hacen negocios
inmobiliarios… pero abandonan a una parte de sí en las márgenes, las
periferias. Como consecuencia de esta situación, grandes masas de la
población se ven excluidas, se ven marginadas: sin trabajo, sin
horizontes, sin salida. No los abandones”
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«Esperar pues significa aprender vivir en la espera. Aprender a vivir
en la espera y encontrar la vida. Cuando una mujer se da cuenta de estar
embarazada, cada día aprende a vivir en la espera de ver la mirada de
ese niño que llegará… También nosotros debemos vivir y aprender de estas
actitudes humanas y vivir en la espera de mirar al Señor, de encontrar
al Señor. Esto no es fácil, pero se aprende: a vivir en la espera.
Esperar significa e implica un corazón humilde, pobre. Solo un pobre
sabe esperar. Quien está lleno de sí y de sus bienes, no sabe poner la
confianza en ningún otro sino en sí mismo»
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«Yo voy, miro a Jesús, camino delante, fijo la mirada en Jesús y ¿qué
encuentro? ¡Que Él tiene fija la mirada sobre mí! Y esto me provoca gran
estupor. Es el estupor del encuentro con Jesús. ¡Pero no tengamos
miedo! No tengamos miedo, como aquella anciana que no tuvo miedo de ir a
tocar el borde del manto. ¡No tengamos miedo! Corramos por este camino,
siempre con la mirada fija en Jesús. Y tendremos esta bella sorpresa:
nos henchirá de estupor. El mismo Jesús tiene fija su mirada sobre mí»
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