sábado, 21 de noviembre de 2015

El gran estorbo

Gabriel Otalora.


  En “El gran inquisidor”, Dostoievski relata un encuentro entre Cristo y el cardenal inquisidor de Sevilla en el siglo XVI, cuando la ciudad era uno de los centros comerciales y políticos del Occidente cristiano de aquella época. Dostoievski refleja así su denuncia contra un sistema inmovilista, conservador y similar a las autoridades que mataron a Jesús.

En el relato, el cardenal sabe con certeza que se trata de Cristo, pues presencia una “demostración” (un milagro) al ver como resucita a una niña de apenas siete años, hija de un ilustre ciudadano y cuyo cuerpo estaba siendo transportado en un féretro para ser enterrado. El cardenal se presenta como alguien que ha dejado de creer en la conveniencia de lo que predicó Cristo para todos, ya que según él, esa doctrina no puede ser asumida por seres tan débiles como son los seres humanos, o por lo menos la mayoría de ellos. En definitiva, el rebaño que mal  se educa en una fe infantil, es porque necesita que se le edulcore la realidad para que de ese modo puedan llegar a ser felices.
Esta práctica conlleva la mentira que supone hacer ver al pueblo que ellos (el clero y la iglesia) obedecen a Cristo y les dominan en nombre de Cristo, cuando en realidad es una perversión de la Verdad por quienes utilizan el poder como un anticristo. Tal vez la tesis principal de Dostoievski sea la de una defensa del retorno a la raíz del evangelio, más allá del poder político que la Iglesia pueda ejercer a través del Estado de la Ciudad del Vaticano.
Pero lo peor de todo es la postura tomada por el inquisidor de la falta de fe que tiene en la humanidad, para él incapaz de ser feliz con libertad, en contraposición al mensaje de Cristo, quien por un lado reflejaba su gran fe en la humanidad y en su capacidad de amar, y por el otro, el cariz de universalidad del Mensaje, independientemente de sus condiciones y aptitudes. Y el inquisidor establece de antemano que el mensaje no puede ser asumido por los humanos por su debilidad, no son dignos de él, no los considera lo suficientemente capaces para asumirlo.
Esta crítica de Dostoievski a una Iglesia que no cree verdaderamente en el mensaje de Cristo, se parece mucho a la que defienden algunos dirigentes eclesiales que demuestran su apego a vivir como príncipes renacentistas, curiales y ex curiales vaticanos que Francisco trata de extirpar con amor pero que va a ser difícil lograrlo viendo lo que le pasó a Jesús por conductas bien parecidas a su alrededor. Parece como si Dostoievsky hubiese vivido dos o tres años en el vaticano y otras sedes eclesiales que emulan a Roma en lo malo. Cristo, considerado como un estorbo primero, y un peligro después. Ojo, querido papa Francisco.

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