sábado, 7 de noviembre de 2020

Por qué sentirnos solos nos acerca a una sociedad totalitaria, según Hannah Arendt


 

¿Qué puede ocurrir si el sentimiento de soledad se generaliza entre la población? La pensadora alemana lo tuvo claro: corremos el riesgo de avanzar hacia un sistema dictatorial

En estos meses de pandemia, si algo hemos aprendido a la fuerza es a pasar más tiempo solos. Primero vino el confinamiento obligado para toda la población que hizo que nos recluyéramos en nuestros hogares, creando una estampa inédita en nuestras calles y barrios. Después, un verano en el que los contagios descendieron y pudimos vivir un pequeño paréntesis. Y ahora, en otoño, aunque no vivamos un encierro tan severo como el de primavera, las restricciones impuestas para frenar el avance del virus han despertado de nuevo el fantasma del confinamiento, creando una sensación general de hartazgo, inseguridad, individualismo, malestar y desconfianza entre la población.

Hasta la propia OMS ha reconocido que «es normal sentirse apático y desmotivado» al haber hecho tantos esfuerzos y comprobar cómo la situación no ha mejorado. Y lo que es peor: la sensación de no saber cuándo podremos recuperar nuestra vida de antes. Todo ello nos deja un contexto social bastante pesimista que tiene un reflejo claro en la salud mental: la Cruz Roja reconoció hace poco en una encuesta que la pandemia ha pasado factura psicológica a una de cada dos personas. Y si hay un sentimiento que todos en mayor o menor medida compartimos ese es el de la soledad. Al habernos privado de la vida social de la que disfrutábamos antes y haber tenido que lidiar con períodos largos de aislamiento en los que no pudimos ver a nuestros seres queridos, la moral de los ciudadanos está más baja que nunca, más en una época en la que todos nos volvemos un poco más sensibles y vulnerables emocionalmente, como es el otoño.

En España son muchas las personas que se han visto abocadas al aislamiento total: según el INE4,7 millones de personas viven solas, es decir, aproximadamente un 10% de la población. ¿Cómo influye el sentimiento de soledad, no solo a nivel psicológico y de forma individual, sino en el apartado colectivo y político? Una de las pensadoras que más reflexionaron sobre esta pregunta fue Hannah Arendt, quien en su obra ‘Los orígenes del totalitarismo’ exploró las raíces de esta ideología y cómo surge en determinadas naciones que antes presumieron de ser tolerantes y democráticas. En particular, establece que a pesar de la desaparición de los régimenes totalitarios como la Alemania nazi, las ideas dictactoriales con las que se construyeron permanecen invariablemente en el mundo.

Aislamiento y soledad

Y es precisamente la soledad que sienten los individuos que componen una nación uno de los pilares esenciales para que estos regímenes regresen. Claro que, no todos los tipos de soledad son negativos. Arendt distingue entre el aislamiento («isolation», en sus propias palabras), que puede ser voluntario y muy fructífero para la tarea intelectual o artística, y la soledad pura («solitude» es su término escogido), la cual tiene un carácter existencial, aquella nos trastoca desde el punto de vista emocional y social. Esta, según ella, «es una de las experiencias más radicales y desesperadas del hombre«, ya que «somos incapaces de llevar a cabo nuestras plenas capacidades de acción como seres humanos».

«Para hacer que los individuos acepten sus ideas totalitarias, los líderes primero deben arruinar la relación que tienen consigo mismos y con los otros»

Samantha Rose Hill, una de las mayores expertas en la obra de la filósofa alemana, ha publicado recientemente un interesante artículo en ‘Aeon’ en el que profundiza en estas teorías sobre la relación que tiene la soledad con el surgimiento del totalitarismo. En concreto, afirma que «los movimientos totalitarios utilizan la ideología para aislar a los individuos, entendiendo por ‘aislar’ la capacidad de hacer que una persona esté o permanezca separada de los demás». En este sentido, se aprovechan de ese retiro individual para inocular ideas de pertenencia y exclusión, privando de un razonamiento común y colectivo, experimentado en la interacción con los otros.

«La forma en la que pensamos acerca del mundo afecta a las relaciones que tenemos con los demás y con nosotros mismos», aduce Rose Hill. «Al inyectar a cada experiencia un significado concreto, los movimientos ideológicos se ven obligados a cambiar la realidad de acuerdo a las pretensiones que tengan una vez lleguen al poder. Y esto implica que uno ya no puede confiar en la realidad de las experiencias propias vividas en el mundo, sino que se le enseña a desconfiar de uno mismo y de los demás para abrazar la ideología del movimiento, que se postula como la correcta». De esta forma, «para hacer que los individuos sean susceptibles a aceptar sus ideas, primero deben arruinar la relación que tienen consigo mismos y con los otros, haciéndolos escépticos y cínicos, hasta el punto en el que ya no puedan confiar en su propio juicio».

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