sábado, 27 de junio de 2020

Fabrice Hadjadj: «Mientras nos absteníamos de la Eucaristía nos llenábamos de videojuegos»

“Para conservarnos mejor hemos dejado de tener hijos, hemos vaciado las iglesias y llenado las pantallas”. Con la pandemia, la utopía se ha derrumbado: “Han vuelto los miedos ancestrales y, con ellos, la sabiduría de los antiguos”

Alain Finkielkraut ha dicho de él: “Fabrice Hadjadj lleva nombre árabe, es judío de nacimiento y católico por elección”. Este filósofo francés, director de Philanthropos, el Instituto Europeo de Estudios Antropológicos con sede en Bourguillon, padre de ocho hijos, nacido en una familia judía del Maghreb, hijo de padres maoístas que participaron en el 68, converso al catolicismo, tiene un perfil prácticamente único en la cultura francesa, a la que ha contribuido con un pensamiento inclasificable.
En 2011, el papa Benedicto XVI lo llamó para que dialogara en el Atrio de los Gentiles, en París, junto a Jean-Luc Marion y Julia Kristeva.
“Siempre he sido creyente, lo que es bastante comprensible: procedo de una familia bastante atea. He creído en la playmate del mes de Playboy (o de Newlook, que significa ‘nueva mirada’). Durante un instante creí que mi sexo era sólo un género y una ficción (pero un instante después vi pasar una chica muy guapa y la ficción me pareció real como un árbol en primavera). He creído en la Revolución francesa y en la revolución socialista, si bien mi padre estaba sólo inscrito en la CFDT [Confederación Francesa Democrática del Trabajo]… He creído en Nietzsche, convencido de que yo estaba más ‘Allá del bien y del mal’, y en Georges Bataille, aunque era demasiado tímido para comprometerme completamente con la disciplina de la orgía. Luego creí en Hegel, para intentar recapitular todos los momentos precedentes de mi creencia. Más tarde, de vuelta del ‘saber absoluto’, creí en Céline, predicando el evangelio del ‘Viaje al final de la noche’. Contemporáneamente creí en el budismo zen -lo admito- y me acuclillé con directores comerciales y profesoras menopáusicas para admitir la maravilla de mi vacuidad íntima. Naturalmente, en todo esto creía mucho en mí  mismo y, sobre todo, creía que no era creyente. Y un día, ¡zas!, el torrente de la vida se llevó todo este misticismo. Redescubrí que era judío y francés y, seguidamente, descubrí en los antiguos libros en francés que Dios se había hecho judío. Así, me hice cristiano. Y también católico. Se acabaron los tiempos en los que era tan crédulo. Y fue el inicio de una profunda -y humillante- objetividad”.

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