sábado, 30 de abril de 2016

Abu Yaacoub, dueño de una tienda de Líbano, fía sus productos a los refugiados: “Hago esto por amor a Dios"

Camino católico)  Nariman nació hace cuatro meses. Su padre, Mahmoud, refugiado sirio con su familia en el Libano, recuerda la noche en que su mujer dio a luz a su primera hija: "A pesar de todos los sufrimientos y de no tener nada, lo olvidé y todo se volvió felicidad. Fui al hospital y me sentí como si no importara nada más”.
Mahmoud encara una agridulce realidad. Por un lado tiene la familia que siempre ha querido. Por el otro, no es capaz de cubrir sus necesidades más básicas como la comida o el agua potable. Necesidades que la mayoría de la gente fuera de esta realidad da por sentadas, pero que él considera un lujo.
Abu Yaacoub, propietario de una tienda libanesa, explica que "no me importa cuánto dinero tenga, porque me siento a gusto y quizá un día estaré en su situación. Al final, hago esto por amor a Dios".
Abu Yaacoub posee una humilde tienda de pueblo, donde muchos refugiados sirios como Mahmoud han encontrado el calor humano en los últimos dos años. Se ha convertido en un regalo bendito para Mahmoud y otras familias sirias de la zona. Les ha dado lo que necesitan de su tienda como si fuera un crédito sin condiciones. Puedan pagar o no.
"Son muy amables, los hemos conocido hace mucho tiempo y son buenas personas. No importa lo que les doy, me lo devolverán después si soy paciente con ellos. Volverán a pagarme y, si no lo hacen, Dios me compensará”, asegura Abu.
Mahmoud y su familia han vivido con una gran deuda desde hace dos años. Por desgracia, no son los únicos. Hay pocas oportunidades laborales en Líbano. Para empeorar las cosas, el coste de la vida aumenta y la ayuda que antes se daba a los refugiados sirios ahora ha disminuido. Solo una cosa es segura: la generosidad y el consuelo que la comunidad de refugiados puede encontrar en personas como Abu.

Papa Francisco en homilía en Santa Marta: «Seguir a Cristo en la Luz, nunca cristianos mentirosos y con doble vida»

  Camino Católico) Un cristiano no recorre “caminos oscuros” porque allí no está “la verdad de Dios”. Pero aunque cayera en ellos, puede contar con el perdón y la dulzura de Dios, que le devuelve a la vida de la“luz”. Lo afirmó el Papa Francisco comentando las lecturas del día durante la homilía en Casa Santa Marta.

Límpidos, como Dios. Y sin pecado, porque no hay error reconocido que no atraiga la ternura y el perdón del Padre. “Esta es la vida cristiana”, sintetiza el Papa Francisco comentando el pasaje de la Carta de San Juan, en la que el Apóstol pone a los creyentes ante la seria responsabilidad de no llevar una doble vida – luz de fachada y tinieblas en el corazón – porque Dios es solamente luz.
“Si decimos que no tenemos pecado, hacemos de Dios un mentiroso”,cita Francisco, poniendo de relieve la eterna lucha del hombre contra el pecado y por la gracia:

“Si dices que estas en comunión con el Señor, ¡camina en la luz! ¡Pero la doble vida! ¡Esa no! Esa mentira que estamos tan acostumbrados a ver, incluso a caer en ella. Decir una cosa y hacer otra, ¿no? Siempre la tentación… La mentira sabemos de dónde viene: en la Biblia, Jesús llama al diablo ‘padre de la mentira’, el mentiroso. Y por esto, con mucha dulzura, con mucha mansedumbre, este “abuelo” dice a la Iglesia ‘adolescente’, a la Iglesia niña: ‘¡No seas mentirosa! Tú estás en comunión con Dios, camina en la luz. Haz obras de luz, no digas una cosa y hagas otra, no a la doble vida y todo esto”.
“Hijitos míos”es el comienzo de la carta de san Juan, y este inicio afectuoso –como el tono de un abuelo hacia sus “jóvenes nietos” – recuerda, observa el Papa, la “dulzura” de las palabras en el Evangelio del día, donde Jesús define “ligero” su yugo y promete el “descanso” a los fatigados y oprimidos. Igualmente, el llamamiento de Juan, afirma Francisco, es a no pecar, “por si alguien lo hace, que no se desanime”.
“Tenemos un Paráclito, una palabra, un abogado, un defensor ante el Padre: es Jesucristo, el Justo. Él nos justifica, Él nos da la gracia. Uno siente ganas de decir a este abuelo que nos aconseja así: ‘¿Pero no es algo tan malo tener pecados?’. ‘No, el pecado es malo. Pero si has pecado, mira que te esperan para perdonarte’. ¡Siempre! Porque Él – el Señor – es más grande que nuestros pecados”.
Esta, concluye Francisco, “es la misericordia de Dios, es la grandeza de Dios”. Sabe que “somos nada”, que sólo “de Él” viene la fuerza y por ello “siempre nos espera”.
“Caminemos en la luz, porque Dios es Luz. No vayamos con un pie en la luz y otro en las tinieblas. No seáis mentirosos. Y la otra: todos hemos pecado. Nadie puede decir: ‘Este es un pecador, esta es una pecadora. Yo, gracias a Dios, soy justo’. No, sólo uno es Justo, el que ha pagado por nosotros. Y si alguien peca, Él nos espera, nos perdona, porque es misericordioso y sabe bien de qué estamos hechos, y recuerda que somos polvo. Que la alegría que nos da esta Lectura nos lleve adelante en la sencillez y en la transparencia de la vida cristiana, sobre todo cuando nos dirigimos al Señor. Con la verdad”.

 


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