La obra de un heroico y profético sacerdote italiano, Fortunato Di Noto.
Fortunato Di Noto es un sacerdote del sur de Italia que ha creado y dirige desde hace 25 años la Associazione Meter, dedicada exclusivamente a perseguir los abusos a los niños, desde que un joven de su parroquia se suicidara por no poder superar el trauma de haber sido abusado. En los últimos años, se ha distinguido por su lucha contra la pedopornografía en internet, hasta el punto de que asesora a la Policía italiana para perseguir este delito. Aquí sus palabras:
Denuncio,
denunciamos, y denunciaremos a cualquiera que ofenda, abuse, viole o
maltrate y abandone a un pequeño, un débil, un vulnerable. Lo pide el
Evangelio y la gran y fecunda tradición profética y de la viva y
verdadera predicación de Jesús y de la comunidad creyente y redimida
cristiana.
¿Deber moral o jurídico?
La
denuncia no está contra el Evangelio. Digo esto porque, después de 25
años de denuncias, se me ha dicho que un cristiano, un sacerdote y un
obispo no están ‘obligados’. Por experiencia declaro que la denuncia ha
salvado a muchas personas. No solo denuncia sino acompañamiento de la
víctima, de la familia y si hay ocasión, también la posibilidad para el
reo: justicia, acompañamiento y curación.
Las
nuevas formas de esclavitud, in primis la pedofilia, y detrás la
explotación de menores, el tráfico de seres humanos, el trabajo forzado,
la prostitución, el comercio de órganos son crímenes gravísimos, una
herida en el cuerpo de la humanidad contemporánea. Deben ser denunciados
con firmeza y sin dar un paso atrás, aun a riesgo de la integridad
personal o ‘estructural’ de quien denuncia. ¿Cómo no levantar la voz,
cómo someterse al silencio connivente tras una obligación o no
obligación jurídica?
Papa
Francisco y antes Benedicto XVI han exhortado muchas veces – sin tantos
prejuicios ni autodefensas – a que, siguiendo el mensaje de redención
del Señor, estamos llamados a denunciar y a combatir “este nuevo mal”.
Omitir
una denuncia, cuando es verdadera y comprobable, no ayuda a nadie. No
favorece la conciencia del mal y consiente que el mal prolifere y se
difunda. Se quiere ocultar porque es escandaloso, “política y
religiosamente incorrecto”.
La
autoridad de las palabras del Papa Francisco – que superan las
consideraciones que podrían desarrollarse – son una revolución cultural,
una advertencia y una praxis indicativa para quien es víctima y para
quien debe tutelar a las víctimas.
El
Papa no se echó atrás al decir que hay que “denunciar”, de hecho decía
que: se debería buscar las modalidades más idóneas para penalizar a
cuantos se hacen cómplices de este mercado inhumano. Debe aumentar el
conocimiento de las autoridades civiles sobre esta tragedia que
constituye una regresión de la humanidad.
Muchas
veces estas nuevas formas de esclavitud están protegidas por
instituciones que deberían defender a la población de estos crímenes
(cfr. Discurso a la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales sobre
Trata de Personas, 18 abril 2015). No solo estas nuevas formas de
esclavitud son protegidas y escondidas por las instituciones civiles,
sino también por las religiosas. La historia reciente sobre al escándalo
de la pedofilia ha confirmado, tristemente, esta tendencia.
La
experiencia de quienes están de la parte de las víctimas ha demostrado
que si no denunciamos y señalamos con “fuerza subversiva” – a pesar del
intento del ‘clan’ de sofocar el escándalo, de censurar lo ocurrido – a
alguien en nombre de Dios, cuesta romper el silencio y narrar las
historias de abusos que están en la sociedad sofocadas por el ‘poder’.
Los
perdedores de la historia, los que no tienen voz, imaginad los recién
nacidos abusados (non solo sexualmente): han encontrado hospitalidad en
la Biblia, y sus historias ya han sido recogidas y narradas para
indicarnos un camino posible a recorrer: las historias de abusos, aunque
se escondan, tienen una fuerza subversiva, aunque parezca que se
censuran. No hablar de ellas para no crear escándalo, ¡qué perspectiva
negativa en la abominación que sufren los pequeños!
Dios,
en Jesucristo su hijo, es garante y defensor del grito sofocado de los
inocentes. Quizás lo olvidamos muchas veces. Sobre todo, existe el
riesgo de que lo olviden los que están llamados a llevar a cabo un
oficio (un servicio) había el pequeño pueblo. Quizás olvidamos que
debemos ser capaces de arrancar del olvido los testimonios incómodos y
no borrarlos para ‘dormir sueños tranquilos’.
No
duermo desde hace décadas. Y seguiré denunciando porque quiero ser fiel
al Evangelio, para morir con la alegría de haber salvado al menos a uno
de esos pequeños violados. De haberlo liberado de la esclavitud. Y
advertir, a quien ha cometido tales abominaciones, que también para él,
si lo pide, hay una redención, un rescate… una nueva vida.
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