sábado, 7 de mayo de 2022

La psicología de la guerra


 Por Giovanni Cucci
La guerra provoca miedo y al mismo tiempo fascina. Cuando el hombre tiene la paciencia de estudiarla, superando la tentación de mirar hacia otro lado, se ve obligado a mirar dentro de sí mismo, al misterio que lo constituye y que desmiente su dimensión esencialmente racional. 

¿Por qué se siguen librando guerras?

La reciente invasión de Rusia a Ucrania ha reavivado antiguos temores en Occidente y le ha obligado a enfrentarse a un problema que creía haber dejado atrás de una vez por todas. La guerra muestra uno de los muchos aspectos paradójicos del ser humano, el único entre los seres vivos que emprende esta actividad completamente irracional. En efecto, la guerra es esencialmente devastadora: quienes participan en ella ponen en riesgo su mayor activo, la vida; causa pobreza, destruye naciones, trae enfermedades, heridas y traumas que duran muchos años incluso después de haber terminado. Sin embargo, ha tenido lugar desde los albores de la vida humana, y no hay ningún período en el que esté completamente ausente. Es sintomático que la propia historia, tanto la sagrada como la profana, comience con el fratricidio.

El hecho de que la guerra no sea fácil de eliminar queda demostrado por su constante presencia incluso en la pacífica vida cotidiana: nombres de calles y plazas, estaciones de tren y metro, monumentos, ensayos, películas, obras de arte, cómics y videojuegos están dedicados a batallas, héroes y líderes. La estructura actual de la mayoría de los Estados está vinculada a las guerras, al igual que su historia. Y tiene detrás una compleja organización que acaba afectando a todos los ámbitos de la vida: «De todas las actividades humanas, la guerra es quizá la mejor planificada, y ha estimulado, a cambio, una mayor organización de la sociedad […]. Al aumentar el poder de los gobiernos, la guerra también ha traído consigo el progreso y el cambio […]. Nos hemos vuelto mejores para matar y al mismo tiempo menos tolerantes con la violencia hacia los demás»[1].

La guerra provoca miedo y al mismo tiempo fascina. Cuando el hombre tiene la paciencia de estudiarla, superando la tentación de mirar hacia otro lado, se ve obligado a mirar dentro de sí mismo, al misterio que lo constituye y que desmiente su dimensión esencialmente racional.

 

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