sábado, 22 de agosto de 2020

LA ESPIRITUALIDAD EN SAN PABLO


La espiritualidad cristiana, que se diferencia de la espiritualidad simplemente humana, es una realidad compleja y rica de contenido. De forma sintética y abreviada, exponemos su naturaleza.
  • La espiritualidad cristiana comporta una relación esencial al Espíritu Santo y a su acción. Por eso, la espiritualidad es la vida en el Espíritu Santo y según el Espíritu Santo que se hace presente en la Iglesia; es la vida suscitada, comunicada por el Espíritu Santo; es la vida impulsada por el Soplo y el Aliento de este mismo Espíritu. Bien lo dijo San Pablo: “Los que se dejan guiar por el Espíritu de Dios, esos son sus hijos”1 (Rm.5, 18); “Caminamos según el Espíritu” (Rm.8, 4). La esencia de la espiritualidad cristiana consiste en que el cristiano por el sacramento del Bautismo recibe el don de la vida divina que lo renueva intrínsecamente y lo transforma ontológicamente en una “criatura nueva”, insertando en él un nuevo principio de vida que se manifiesta en un modo peculiar y específico de ser y de actuar, el propio de Jesucristo nuestro Señor (cf. Rm.8, 15). Por eso, decimos que la espiritualidad cristiana consiste en vivir la existencia humana en todas sus dimensiones dejándose guiar y conducir, renovar y transformar, mover y actuar, por el Espíritu Santo en todo como Jesús de Nazaret. De esta manera, cada cristiano se santifica en su propio estado de vida y circunstancia por un proceso de configuración y sintonía con Cristo, en el Espíritu Santo, según los designios del Padre (cf. Ef.5, 2).
    Teniendo en cuenta lo escrito, podemos afirmar que persona espiritual es aquella que está abierta al Espíritu Santo, se deja iluminar y guiar por este mismo Espíritu que inquieta, renueva, purifica, alerta, envía, asiste, acompaña, hermana… Juan Pablo II, en conformidad con estas palabras del Apóstol afirma: “la existencia cristiana es “vida espiritual”, o sea, vida animada y dirigida por el Espíritu hacia la santidad o perfección de la caridad” (PDV 19, 3).
 La espiritualidad cristiana no queda confinada en la interioridad del hombre, sino que ha de dar frutos de caridad para la vida del mundo” (OT 16). Más aún, la vida espiritual dice también relación al mundo (AA 32). Guiados por el Espíritu Santo y bajo las enseñanzas de la Iglesia, el hombre espiritual ha de abrirse al mundo para renovarlo, transformarlo y hacerlo más conforme a los designios de Dios. Por ello, hemos de promover e intensificar una espiritualidad de la acción y del compromiso.
 Hay una espiritualidad cristiana común para todos y cuyos rasgos más peculiares son los siguientes:
– Una experiencia del Dios de Jesucristo: de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo.
– La confesión y seguimiento de Jesucristo, identificándonos con sus actitudes, con su espíritu, con sus valores, que Jesús encarnó, y que ahora nosotros debemos vivir ahora como discípulos suyos.
– Una vida de amor fraterno y de compromiso real con los hermanos, especialmente con los pobres y desvalidos, que sea signo de la praxis de Jesús de Nazaret.
– Participación en los sacramentos de la Iglesia a través de los cuales recibimos la salvación que nos da el Padre por Cristo en el Espíritu.
– Celebración comunitaria de la fe, del amor y de la esperanza en el seno de la Iglesia de Jesucristo, fortaleciendo continuamente la comunión.
– Una esperanza que trasciende la muerte y espera la salvación definitiva más allá de la historia, pero que intenta hacer presente en este mundo el Reino de la verdad y la vida, del amor y de la paz, de la gracia y
de la santidad, de la libertad y de la justicia.
Sobre este tronco único se fundamentan otras espiritualidades específicas, peculiares y distintas entre sí: la espiritualidad de los laicos, la de los religiosos y religiosas, y la de los sacerdotes.

 

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