sábado, 28 de abril de 2018

El secreto escondido detrás del coche eléctrico



Hay conquistas tecnológicas que tienen su lado oscuro. El coche eléctrico, la solución final para el contaminante motor de explosión, conquistará nuestras carreteras y llenará de enchufes nuestras ciudades en pocos años. Se reducirán los gases de efecto invernadero y las calles serán más respirables. Hasta ahí las ventajas son incuestionables pero, al igual que el vehículo de gasolina necesitaba el petróleo como combustible, lo que creaba una enorme dependencia del oro negro, para la expansión del coche eléctrico es imprescindible un mineral en la construcción de sus baterías: el cobalto. ¿De dónde se extrae? ¿Cuánto cuesta? ¿Por qué hoy es el más codiciado del mundo?
La respuesta la encontramos a miles de kilómetros del primer mundo, en pequeñas minas artesanales a las que no es fácil llegar, algunas en zonas de conflicto y otras aisladas de cualquier norma estatal que las regule. En la colina de Gatombe, en el este del Congo, encontramos uno de esos agujeros negros de los que se obtienen estos minerales tan deseados.
Desde la frontera con Ruanda se tardan de tres a cuatro horas de coche (todoterreno) por carreteras llenas de barro y llenas de controles militares. Si se tienen los contactos necesarios y se consigue llegar sin contratiempos, lo primero que uno se encuentra a las faldas de la montaña es un campo de refugiados ruandeses con unas condiciones de vida extremas. La explotación se nutre de sus brazos y sus piernas para extraer coltán, manganeso, oro y cobalto. La mayoría de sus habitantes son menores.
Por el camino nos cruzamos con ancianas que llevan atadas a la cabeza varias cajas de refrescos y comida para vender en el interior de la mina, donde se forman auténticos mercados para que los mineros puedan comer en el menor tiempo posible. La primera norma es excavar. Norma número dos no hay. Cuando llegas arriba, la vista se pierde entre la niebla.
Cientos de adolescentes y hombres adultos trabajan pico y pala para sacar el mineral. Muchos de ellos cargan sacas de rocas para conducirlas a un riachuelo en el que cuatro chavales lavan y criban todo. De allí, saldrá hacia uno de los llamados comptoirs de Goma, almacenes de grandes empresas multinacionales, la mayoría belgas o chinas, pasará por la noche la frontera con Ruanda y, de allí, hacia la costa de Tanzania, donde se embarca hacia las zonas fabriles de Shanghai.
Según el Servicio Geológico de EEUU, más del 50% de las reservas mundiales de cobalto se esconden en el Congo, sobre todo en la provincias de Lualaba, Katanga, Kassai y en menor medida en las regiones del lago Kivu, que también chapotean sobre enormes reservas de coltán, oro, manganeso y casiterita. De hecho, los problemas de la minería tradicional para alimentar la industria tecnológica de los smartphones, tabletas y ordenadores se reproduce casi en la misma medida con el cobalto: zonas sin ley a casi 2.000 kilómetros del estado congoleño, niños mineros, nula protección de riesgos laborales, salarios de miseria y señores de la guerra que cobran sus propios impuestos a las concesionarias chinas. Ninguna de estas minas se dedica sólo al cobalto.

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