sábado, 23 de julio de 2016

PARA PODER TENER OPINIÓN PROPIA

La semana pasada  publicabamos un articulo del teólogo Gonzáles Faus que titulaba " La preocupante teología intemporal de nuestros obispos"   en donde hacia un analisis crítico sobre  la instrucción pastoral última de la Conferencia Episcopal Española para la doctrina de la fe y que lleva por título " Jesucristo, salvador del hombre y esperanza del mundo."

Hoy ofrecemos un resumen de ella muy esquematizado  y donde   hemos  hecho algunos recortes por motivo de espacio, para que nuestros lectores tengan posibilidad de contrastar y tener juicio propio. No obstante si desean leerla entera la pueden encontrar en  la página de la "Conferencia Episcopal Española".


II. Estructura del documento

El documento que consta de 47 números que permiten una mejor lectura del mismo. Se divide en cuatro capítulos con una amplia Introducción (nn. 1-6), que lo sitúa, exponiendo la finalidad del mismo y su alcance pastoral en cuanto documento que sirve a la proclamación de la fe, siempre al servicio del anuncio cristiano y de la acción evangelizadora. El documento sale a la luz en un momento de especial significado, cuando se cumplen 50 años de la creación de la Conferencia Episcopal Española y los obispos en plena comunión con el Papa Francisco se hallan empeñados en impulsar la misión evangelizadora de la Iglesia como “guías fraternos del pueblo de Dios”. Cmo tales proclaman la fe en Jesucristo que da razón de ser a la misión.

Capítulo I: “Anunciamos a Jesús, Hijo de Dios encarnado, revelador del origen y destino del ser humano” [7-15]. Este capítulo prolonga la introducción mostrando el contenido y alcance del anuncio cristiano: la humanidad de Jesucristo es la humanidad del Hijo de Dios, nacido de María Virgen, de suerte que la encarnación es realidad y no mitología, pero porque es así, la confesión de fe de la Iglesia incluye la asunción por el Verbo de una humanidad concreta, históricamente determinada. Esta confesión de fe incluye la divinidad de Jesús y su nacimiento virginal de María. La «carne» del Verbo es de María, pero es creación de Dios en las entrañas de la Virgen y lugar de la salvación. Este principio alcanza del mismo modo a la resurrección, a la cual el documento se refiere en la última parte.
Es importante este capítulo para dar razón del concepto cristiano de Dios como Trinidad de personas, un concepto de Dios inseparable de la confesión de fe en la divinidad de Jesucristo. Es asimismo importante para mejor comprender la idea del hombre que ofrece la revelación bíblica. Se tienen en cuenta en este capítulo las limitaciones de la exégesis crítica para dar razón del dogma de Cristo
No hay separación entre el «Jesús de la historia» y el «Cristo de la fe». El anuncio cristiano del único Cristo Jesús tropieza con el racionalismo que no deja a Dios obrar en el ámbito de la «carne», de la «materia»; porque sólo admite la acción de Dios en la interioridad de los creyentes (Benedicto XVI). Dios, sin embargo, no opera tan sólo en el reducto interior de la conciencia, se ubica en la historia, en un fragmento de la historia y en él se revela con proyección universal el misterio del amor de Dios. Por esto mismo es imposible privatizar el anuncio de Cristo en la sociedad: «La fe en Cristo ha impregnado de humanismo trascendente las tradiciones religiosas, culturales y jurídicas compartidas duran te siglos por los países occidentales» [n. 13].

Capítulo II: “Jesucristo revela la verdad de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo” [16-24]. Introduce en el misterio de la Persona divina de Cristo y abre la confesión de fe a la Trinidad de Dios, imposible de sostener sin la afirmación de la divinidad de Jesucristo. Se lleva a cabo en esta parte una aproximación al misterio trinitario de Dios. Jesús es portador del Espíritu y la afirmación del Nuevo Testamento de ser Jesús la encarnación del Lógos, y cuanto afirma de la acción de Dios en él mediante el Espíritu (nacimiento virginal, misión, muerte y resurrección), no se reduce a lenguaje simbólico sobre la actuación del único Dios. La Trinidad no es lenguaje sino realidad entitativa en Dios. El Padre es el origen y patria de Jesús como Unigénito de Dios, lo cual permite el discurso teológico sobre la unidad del Hijo con el Padre. El Espíritu Santo, que actúa en la humanidad de Jesús es la fuente de la alegría exultante del Hijo encarnado que sostiene el anuncio de la salvación, y la revelación del amor y la misericordia del Padre. Este amor misericordioso alcanza a los seres humanos y los redime por medio de la misión de Jesús, y de modo privilegiado llega a los pequeños, pecadores y necesitados, a los pobres.

Capítulo III: “Jesucristo, Salvador universal” [25-35]. El capítulo confiesa la fe en Jesús como Salvador único y universal. No sólo se fundamenta cuanto se afirma en el Nuevo Testamento, teniendo en cuenta los recursos exegéticos, sino también en la enseñanza de los santos Padres y la evolución del dogma cristiano que cristaliza en las formulaciones conciliares. A estas enseñanzas se agregan las intervenciones del magisterio eclesiástico sobre una recta comprensión de los aspectos positivos de las religiones no cristianas según el espíritu y la letra de la Declaración Nostra aetate del Vaticano II. El documento toma como referencia magisterial el Catecismo de la Iglesia Católica, la Declaración Dominus Iesus (6.8.2000), y algunas Notas de la Congregación para la Fe. Asimismo, sin entrar en el análisis de los elementos de eclesiología incorporados al documento, en este capítulo se formulada la fe en el misterio de salvación en cuanto mediado en la predicación y las acciones sacramentales de la Iglesia, de suerte que es imposible separar la misión salvífica de la Iglesia del envío de los apóstoles por Jesús resucitado y el carácter de mediación sacramental de la salvación en la Iglesia, a la cual define el Concilio como «sacramento universal de salvación».

Capítulo IV: “El encuentro con Jesucristo Redentor, principio de renovación de la vida cristiana y meta del anuncio evangélico» [36-46]. Se centra, finalmente, en la obra redentora de Jesucristo por medio del misterio pascual. Cristo ha redimido a la humanidad mediante su muerte y resurrección con conciencia de entregarse al designio del Padre para la salvación. Jesús asume el designio del Padre en obediencia de Hijo en plena libertad frente a la muerte, haciendo posible la interpretación soteriológica desarrollada por el Nuevo Testamento a partir del valor sacrificial que Jesús mismo da a su muerte y su comprensión por él como acto supremo de amor en la obediencia al designio del Padre. Algunos autores no parecen haber tomado con suficiente consideración cuanto es posible decir, gracias precisamente al análisis crítico científico del Nuevo Testamento, sobre los datos que proporcionan la misma palabra y conciencia de Jesús y/o el testimonio de los autores sagrados sobre ambas cosas (palabra y conciencia de Jesús), cuya interpretación es inseparable del misterio pascual tal como lo entiende la Iglesia.
Dios responde a la entrega de Jesús con la resurrección, que el documento recuerda que es acontecimiento alcanza la historia, siendo, sin embargo, realidad trascendente, ya que la resurrección de Jesús no es una revivificación de un muerto. El documento sale al paso de interpretaciones de difícil conciliación con los datos del Nuevo Testamento y pretende deshacer el prejuicio contrario a la soberanía de Dios sobre la realidad material y corpórea del mundo creado. No son conciliables con la doctrina de la fe opiniones que le son de hecho contrarias, que se ofrecen documentalmente en nota. El misterio pascual hace patente en sumo grado el carácter de la vida de Jesús como auto-comunicación de Dios ofrecida en la pro-existencia de Jesús.

En transición hacia la Conclusión, el último número de esta cuarta parte se refiere a la espiritualidad de la evangelización que se alimenta en el Corazón de Cristo, aludiendo al CLX aniversario de la introducción de la solemnidad del Corazón de Jesús por el beato Pío IX en 1856. La conclusión vuelve sobre la celebración del quincuagésimo aniversario el significado de la clausura del Vaticano II y de la constitución de la Conferencia Episcopal Española, para termina con un bello texto del beato Pablo VI confesión y anuncio evangelizador ante cuatro millones de católicos en Manila. Es un homenaje al Pontífice Romano que condujo con sabiduría y santidad el desarrollo del Concilio como herencia del santo papa Juan XXIII.

III. Recapitulación

El documento quiere ser memoria y anuncio de la fe en Jesucristo, que da vida a la Iglesia y es contenido tarea del ministerio episcopal al servicio de la evangelización.
Afirma de forma positiva descartándose, en consecuencia las desviaciones de la misma, la fe de la Iglesia en Jesucristo. Como obispos, guías fraternos del pueblo de Dios y custodios de la fe apostólica, norma que mantiene en su identidad la comunión eclesial, proclamamos que Jesucristo es Hijo eterno de Dios, hecho carne y nacido de las entrañas virginales de María. Su divinidad es inseparable de su humanidad, por medio de la cual el Hijo de Dios entra en la historia de los hombres y del mundo, revela el misterio de Dios y la vida de amor de la Santa Trinidad, abriendo la comunión divina a los hombres por medio de la obra redentora culminada en el misterio pascual.
Salvador universal, Jesucristo es el Mediador único entre Dios y los hombres, razón de ser de la unicidad y universalidad de la redención acontecida «en Él, por Él y en Él». Todos los hombres, aun cuando practiquen religiones no cristianas, reciben de Cristo la salvación, aunque la relación que una religión no cristiana pueda decir a Cristo nos sea misteriosamente oculta a nosotros y patente al conocimiento de Dios.
La salvación acontecida en el misterio pascual de Cristo prolonga sus efectos en la mediación salvífica de la Iglesia, a la cual sirve el ministerio apostólico.
El esquema seguido prolonga el mismo esquema de la Instrucción «Teología y secularización en España», acentuando el carácter de proclamación del misterio de Jesucristo, tanto la verdad entitativa de Cristo como Hijo de Dios (divinidad de Jesucristo); como por lo que se refiere a su humanidad, el fragmento de humanidad que sostenido por el Verbo de Dios es el lugar (topos) donde se da a conocer el Padre en el Hijo, Creador y Redentor del hombre dando fundamento a la esperanza en la vida eterna, anticipada en la resurrección de Jesucristo

Madrid, 6 de julio de 2016
Adolfo González Montes
Obispo de Almería y Presidente de la CEDF

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