DOMINGO XXXI DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO A.
FIESTA DE LOS FIELES DIFUNTOS.
LA DIFERENCIA QUE MARCA DISTANCIA
Celebramos este domingo la fiesta de los Fieles Difuntos, así que las lecturas y oraciones de la Eucaristía pertenecen a esta celebración y no a las del domingo en curso del tiempo ordinario.
Reflexionando sobre lo que esta fiesta al seno de la Iglesia significa, aunque es una celebración ancestral que se remonta mas allá de los origines de de la misma Iglesia pues de siempre los hombres y mujeres han tenido esta celebración en la que recordaban a sus seres queridos ya fallecidos, sabemos que los cristianos, desde la fe que nos anima, lo hacemos, pero no desde la tristeza sin futuro y viendo la muerte como el final definitivo y oscuro del hombre.
Para los que creemos en Jesús esta fiesta de conmemoración esta cargada de esperanza pues creemos que si Cristo ha resucitado, todo los que han muerto en El, también resucitan. Es ahí donde radica la diferencia con otras fiestas que tratan de recordar a los que ya han fallecido. Es, por tanto, una fiesta cargada de esperanza aunque el dolor se asome a ella.
Como todo el mundo visitamos la tumba de nuestro seres queridos y ponemos flores en ella ¿por que no? pero sabiendo que allí lo único que hay son los restos de alguien que vivió y compartió con nosotros su existencia y su fe y vivió como seguidor de Cristo, sabiendo que no ha muerto de forma definitiva, sino que espera en el sueño de los justos. Eso es lo que rezamos y decimos creer en el credo y lo que esperamos: "Creo en la resurrección de los muertos y la vida eterna" , por la fuerza de aquel que resucito Jesús. Sabiendo que esta esperanza no defrauda porque el garante de ella es el mismo Dios.
En el fondo, esta fiesta es un varemo para saber como está nuestra fe y nuestras esperanza en el Dios de la vida. Para saber si de verdad creemos en las palabras de Jesús que resucito y que atraerá a todos hacia El.
Es también acicate, que nos impulsa a vivir según el Señor, para un día poder entrar en la gloria y poder disfrutar de la promesa de la vida eterna, junto a nuestros seres queridos, en presencia y en la casa del Padre.
Los cristianos no vamos al cementerio a llorar como los hombres y mujeres sin esperanza, ante la fatalidad de la vida a quien puede la muerte y que la hace fugaz, vana y sin germen de eternidad. Los cristianos vamos al cementerio a rezar con sencillez, piedad, humildad y confianza, a elevar una oración al Padre junto a la tumba de nuestros seres queridos, para que Dios sea misericordioso con ellos y ellos a su vez intercedan por nosotros.
No vamos al cementerio a lamentarnos, sino a fortalecer nuestra fe y a dar gracias al Padre porque por su Hijo Jesucristo y con el Espíritu Santo, nos ha abierto una puerta a la vida eterna, cuyo paso obligado es la muerte definitiva a todo lo terreno para entrar, también de forma definitiva, en el todo y absolutamente divino, en su misma vida.
Feliz día del Señor
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