Por María Sánchez ( Una excusa para hablar de tiempos pasados)
Cuando pienso que nos quedan (dos telediarios) para terminar
otro año se me ponen los pelos como escarpias.
Y, como bien dice el refrán “mal de muchos consuelos de
brutos”, cosa que me alivia al saber que no soy la única a la que los días le
han durado tan poco como agua en un cesto. Rememorando el estribillo de una
antigua canción digo “parece que fue
ayer” cuando despedíamos al 2011 con la esperanza puesta en cada uno de los
días y meses de este 2012 que pronto nos dice adiós.
Entre las tradiciones que nos traen estas fechas Navideñas
tales como; montar el Belén, hacer el árbol, comprar los regalos etc. Una de
las que más recuerdo y hecho en falta es las bromas que se gastaban entre
vecinos y amigos el 28 de Diciembre día de los santos Inocentes. Más de un niño
e incluso algún adulto cayeron en la broma de la moneda pegada en la acera. O
aquella en que la moneda se ataba con un hilo muy fino del que se tiraba cuando
íbamos a cogerla.
Cerca de mi casa tenía tres talleres de mecánica.
Lógicamente en ellos se reunía gran cantidad de hombres que ese día, sobre todo
en las horas de la mañana, se dedicaban a hacerse bromas unos a otros. Pero los
que más “pagaban” la inocentada eran los principiantes. Más de un lector
recordara que a los (galletones) que no querían ir al colegio se les colocaban
de aprendices en los talleres. Sólo estaban para limpiar bujías y lavar
tornillos con petróleo.
Estas pobres criaturas se pasaban la mañana de un taller a
otro cargando con los objetos más pesados que los ya duchos en el asunto podían
encontrar. Se les hacia llevar lo mismo un torno de gran tamaño que el mayor de
los mazos que se encontrara en el taller.
Viene a mi memoria uno de estos días de inocentadas de la
que fui victima por parte de mi padre y un vecino de la calle. Mi padre me
mando a buscar el Tente aya a la casa del vecino, éste decía que lo
estaba usando que él avisaba. Se haría muy largo y tedioso contarle la de veces
que me pase cruzando la calle para al final llegar a mi casa con un paquete,
eso sí, muy bien preparado donde venía un pesado ladrillo de color blanco.
Está de más contar las risas de mis padres y el vecino
mientras esta pobre criatura lloraba a moco tendido por haber sido utilizada para la inocentada de
tan memorable día.
Rememoro, también, con cierta nostalgia aquellas bromas
dadas con picardía que desde bien temprano dábamos a los amigos y compañeros de
clases a los que después de verlos enfadados por el engaño le cantábamos
“inocente, inocente que te lavas los dientes con agua caliente”. Lo mejor de
todo era hacer la recopilación de las bromas que hicimos y las que nos habían
hecho.
Hoy, que todo ha cambiado las bromas se dan por email,
mensaje de móvil y como más moderno por el wasap que serán todo lo simpáticos
que se quiera pero no me negarán que les falta el calor humano de los que se
deban en mi época.
Aún hoy, que ya soy mayor, continúo pendiente de las
inocentadas con las que nos sorprenden los medios de comunicación. Deseo
continuar con estos recuerdos porque no quiero matar a la niña que llevo
dentro.
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