domingo, 14 de octubre de 2012

POR MARIA SÁNCHEZ

¿POR QUÉ DECIMOS? 

 “PASAR POR EL ARO”.
No es agradable sentir que estamos sometidos a alguien. Es el equivalente a ser sumisos, mansos, casi esclavos del autoritarismo desmedido de una persona. Desgraciadamente estamos rodeados de seres autoritarios.

Los que disfrutan haciendo que las personas que viven en su entorno pasen por el aro que, previamente, han formado a su antojo.
Si esto, por si sólo es terriblemente desagradable, no quiero imaginar el sufrimiento tan cruel cuando este sometimiento viene de un ser que lleva nuestra propia sangre.
Hoy, mi artículo, resume rabia contenida y me invade la pena por quien lo ha padecido y por quien, sistemáticamente, lo ha practicado durante años.
Jamás olvidemos que nuestra vida es eso (nuestra), propia. Que no tenemos dueño. No podemos ni debemos ser sometidos por las personas que nos rodean aún cuando, física o económicamente, dependamos de ellos.
Los que me han leído en alguna ocasión, conocen mi hábito de relatar hechos verídicos y, hoy, no será menos.
Esta vez les contare la historia de una “señora” que hacia pasar por el aro a su propia hija y nietos.
El hecho que les cuento hoy sucedió hace algunos años. La persona sometida era madre soltera, cosa nada extraña en estos días, pero se veía obligada a trabajar para subsistir ella y sus hijos.
Los pequeños eran cuidados por su abuela, como ocurre en el 90% por ciento de cualquier familia, con la salvedad, en este caso, que la abuelita en cuestión suplantó el lugar de la madre a la que poco a poco fue atrapando en una red formada por chantajes emocionales y económicos.
Tal poder llegó a ejercer ante los niños que educo a las criaturas llamando por su nombre a la mujer que les había dado la vida y mamá a su abuela, como ella había impuesto. La educación, alimento y todo lo que conlleva la formación de un niño era dirigido por esta mujer.
Dejo que su hija se perdiera las primeras palabras y los primeros pasos de sus retoños ya que esta joven madre trabajaba interna, trabajos que le buscaba su madre, y sólo veía a los niños cada ocho días.
Pero el mundo, que no para de dar vueltas, le dio a conocer a una mujer que, con cariño, palabras claras y convincentes, le quitó la venda de los ojos.
Como podrán comprender esto no gusto a la madre- abuela que le espetó a la cara “ya no eres la misma, ahora te revelas ante mis deseos” Sólo me gustaría que supiera que sí es la misma pero, ahora tiene su propia personalidad y ya no pasa por su aro.
Sepamos porque se utiliza este modismo. Cuando una persona se ve obligada a transigir ante las exigencias que otro plantea se usa un símil de algo que pasa entre el hombre y los animales que son obligados por los domadores a pasar a través de un aro, a menudo ardiente, como parte de una exhibición circense.
Hay personas, aún en este siglo, que se ven obligadas a hacer cosas por obligación.

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