En su primera Navidad como Sucesor de Pedro, el Santo Padre presidió la Eucaristía en una Basílica de San Pedro desbordada de fieles. Bajo una lluvia incesante, el Pontífice recordó que la paz solo es posible cuando nos dejamos interpelar por la fragilidad de los más vulnerables.
Debido a que la cantidad de fieles excedía los lugares disponibles en el templo, muchos siguieron la eucaristía desde la plaza a través de las pantallas gigantes. La ocasión tuvo, además, un componente muy especial, pues la última vez que un Pontífice había presidido la misa el mismo día de Navidad fue en 1994, con Juan Pablo II.
El Verbo se hace carne en el silencio
Durante su homilía, el Santo Padre reflexionó sobre el misterio de la Encarnación, señalando que el Verbo de Dios se manifiesta paradójicamente sin saber hablar, como un recién nacido que solo llora. Explicó que esta "carne" representa la desnudez radical de quienes hoy carecen de palabra y dignidad.
Para el Pontífice, la Navidad nos arrebata de la indiferencia, recordándonos que el verdadero poder de ser hijos de Dios permanece enterrado mientras no escuchemos el llanto de los niños y la fragilidad de los ancianos.
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