jueves, 26 de mayo de 2016

LA PALABRA DEL DOMINGO

DOMINGO IX DEL TIEMPO ORDINARIO. CICLO C. 
EL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO.
 Luc. 9,11b-17


            EL PAN DE LA VIDA

 La fiesta que hoy celebramos nos devuelve al Jueves Santo en todo su esplendor pues con Cristo Resucitado y habiendo recibido el Don del Espíritu Santo y celebrado el  Misterio del Dios que se entrega en su Trinidad, nos paramos en aquel jueves,  un día antes de la muerte de Nuestro Señor Jesucristo en la Cruz y que denominamos Jueves Santo.
  Y repasamos y tratamos de entrar en el misterio de su generosa entrega y nos  dejamos sobrecoger por todo lo que allí sucedió,  que  se lanza y nos lanza a un futuro de  compañía, de solidaridad y entrega generosa, no solo por parte de Nuestro querido Jesús, sino también, por parte nuestra.  Nosotros  hemos de estar ahí pues tenemos que ver con todo lo que ese día pasó y  queremos traerlo al presente de la historia, del mundo, que  con  Jesús y desde El, está llamado a ser preente e  historia de salvación para todos los pueblos.  La salvación no se realiza sola, hay que provocarla, llevarla a cabo, con  valentía y verdad.
  La cuestión se cifra en que nosotros nos creamos todo esto que celebramos y que, viviéndolo, sepamos anunciarlo con sencillez de vida  pero con fuerza y calor en la palabra y en  las relaciones con los demás: aliviando dolores y penas, compartiendo alegrías y tristezas, siendo y viviendo en solidaridad, porque si para Cristo nada le es ajeno, tampoco lo debe ser para nosotros.
 Es el misterio del Amor compartido que  se da para la salvación del mundo, que permanece con nosotros, como El mismo Jesús nos dijo y prometió. A su vez, ese estar, esa promesa  cumplida, nos debe impulsar a  vivir la dimensión de  entrega que no es otra mas que el amor.
  Amor que hay que ir deshilachando   para poder concretarlo en relaciones con los otros, en  el trabajo, en las decisiones, en las opciones y en definitiva, en el testimonio ante un mundo que parece vivir y andar deshorientado y sin rumbo. Ante la soledad de los corazones de los hombres y mujeres  que buscan un amor que satisfaga, que llene y de plenitud a sus vidas, a lo que hacen cada día, nosotros estamos llamados a acercarles a Cristo Jesús.

 Es lo que debemos  hacer y  no lo podemos olvidar nunca: ofrecer el amor de Cristo  que por pura gracia  e iniciativa del Padre habita en nosotros y que el Espíritu Santo se encarga de recordarnos como el  mismo Jesús nos dijo.  Lo celebramos haciendo memorial de aquellas palabras que nos dio: " el que me ama guardará mis palabra y  yo le amaré y  el Padre y yo vendremos a el y haremos morada en el.  El Espíritu les recordará".

 Esto es lo que sucede, esto es lo que está sucediendo  ahora, en estos días. Esta es la promesa que se cumple y que  esta llamada a que nosotros nos dejemos envolver por ella y  vivamos,  aún  en medio de fatigas y dolor, con la alegre esperanza de saberlo con nosotros, de saber que nos alimenta con su cuerpo y su sangre catapultandonos a algo nuevo, diferente y mejor, tal cual la gran promesa del Padre, refrendada por el Hijo y vivida ya por la fuerza del Amor, del Espíritu Santo: seremos como El porque le veremos tal cual es. Todos, no  unos pocos y los más débiles, los primeros.
¡¡Feliz día del Señor!! 

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