sábado, 14 de mayo de 2016

En la Iglesia, ¡también hay que tirar de la manta!, sí, caiga quien caiga.

  Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara
Desde hace bastante tiempo, aparecen, un día sí y otro también, noticias de altos jerarcas de la Iglesia siendo descorteses con su superior jerárquico, y para muchos de ellos, hasta hace dos días, una figura que era como Dios en la tierra: el Papa. Hay cardenales que parecen querer significarse para futuros pontificados romanos, quien sabe si aspirando hasta a ser ellos, es decir, uno de ellos, el Pontífice. Si no es así, no se entiende, mejor decir la desfachatez, que no la sinceridad, de perpetrar esos ataques sin máscara, a cuerpo descubierto, y haciendo gala de su atrevimiento, exhibiéndolo como un servicio urgente e irrenunciable a la Iglesia. A estos altos prelados, algunos de ellos purpurados de alta responsabilidad en el organigrama de la malhadada Curia Vaticana, que nunca debería confundirse, ni ser, ni apreciarse como, el organigrama de la Iglesia Universal. Este es uno de los errores capitales de la Iglesia, que una Sede episcopal de la misma, se haya pretendido erigir en centro, corazón , y hasta motor de la Iglesia. Y a fe que a partir de un cierto momento histórico, lo consiguieron.
Pero si es verdad que la Iglesia es una organización jerárquica, no es esa ni la primera, ni la principal, ni la nota más cercana al Evangelio, es decir, a la Palabra de Jesús, que ésta sí es la indicadora de la esencia y función de la Iglesia. Ha llegado un papa que pretende acercarse a esa otra identificación de la comunidad de Jesús, que es el Evangelio, el amor, el perdón, la Misericordia, el respeto a la persona: en una palabra, que Francisco ha venido para recordar a todos que Jesús no murió por ninguna institución, por ningún código de conducta, por ninguna organización de la Iglesia, ni siquiera por los buenos e intachables del mundo. Que Jesús murió con dos objetivos primordiales, y ninguno de ellos se refiere a la dignidad, Gloria y permanencia de la Iglesia: por la Honra y Gloria de Dios, “santificado sea tu nombre”, que clamamos en el Padre Nuestro, y por la salvación de la humanidad, de todos y de cada uno de los hombres, con sus miserias, pecados, circunstancias, incoherencias, miedos, traiciones y fugas. En la consecución de estos dos objetivos poco, o nada, ayudan los secretos, intereses, maniobras, conspiraciones, ni normas de la Curia Vaticana. Más bien, al contrario, estorban.
Se trata, pues, de dos maneras contrapuestas de entender la Iglesia, de dos eclesiologías: una cristológica y evangélica, y por eso, eclesial; otra, institucional, administrativa, jerárquica, clerical , y por eso, eclesiástica. Me sorprende, y hasta me pasma, la poca fuerza de convicción que ha tenido el Concilio Vaticano II para haber ido, poco a poco, haciendo desaparecer los signos, detalles, prerrogativas, prebendas y atuendos clericales. Y ya estamos a más de cuarenta años de su realización, los signos, y ahí siguen. Y para las nuevas generaciones de seminaristas, por los menos en España, se incrementan. ¡Hay que ver con qué sano orgullo los jóvenes aspirantes a las órdenes sagradas de nuestros seminarios más poblados pasean su traje talar-clergyman cuando todavía no son ni diáconos! Seguro que hay quien no quiera dar importancia a este detalle del alzacuellos y vestidura clerical en plena calle, pero a mi entender, es uno de los mayores incumplimientos del espíritu y de los objetivos del Vaticano II.
Quiero señalar un detalle: ¿Quiénes son en España los obispos, las diócesis, y los ambientes más propensos y defensores de la vestimenta clerical, sotanas y clergyman? Pues miren la coincidencia: son los mismos y mismas que ahora, no tan abierta e indisimuladamente como los cardenales poderosos que ladran todos los días a Francisco, pero no por ser más insidiosos son menos peligrosos. Al contrario, lo son mucho más, pues no resulta fácil desenmascararlos y combatirlos.
 

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