miércoles, 30 de diciembre de 2015

1 DE ENERO. OCTAVA DE LA NATIVIDAD DEL SEÑOR.

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA MADRE DE DIOS.
    El título de María como Madre de Dios se remonta a los  comienzos de la Iglesia. La piedad popular ha sabido conservarlo y guardarlo como un gran tesoro en su corazón y del que no ha querido nunca desprenderse, porque intuye que ahí hay algo esencial para la vivencia de la fe en el cada día. En el inicio de un nuevo año nosotros volvemos a alegrarnos con el regalo que significa esta solemnidad de la Madre de Dios y Madre nuestra, la Santísima Virgen María.

Junto con ella celebramos la jornada de oración por la Paz en el mundo.

María, reconocida y celebrada como Madre de Dios, es símbolo claro de la misma comunidad cristiana que la celebra y se regocija en ella y con ella y como ella, está llamada a acoger a Cristo en su seno, ha hacerlo cercano a los hombres, a mostrarlo y a aceptar todo lo que ser madre significa.
 La Iglesia, como madre, se goza con el Señor por este don, por esta elección, pero también y precisamente por ser madre y querer ser fiel, vive incomprensiones, dudas, miedos y ha de estar dispuesta aceptar el sufrimiento que pueda  aparecer en el horizonte de su vida. Ha de estar dispuesta a aprender a sufrir, confiando y esperando en un mañana mejor. 
  Así, a grandes rasgos, la  vida de María y así  hemos de aceptar nosotros, la Iglesia, esta misión que se nos ha encomendado de ofrecer a los hombres el regalo de un Dios niño que reposa en nuestro regazo y que hemos de ofrecer al mundo sin excepciones, en su grandeza y en su pobreza, en su humanidad y su divinidad, en su amor y fidelidad.  Sin tapujos ni apaños, en su  inconmensurable realidad, a todo el que se acerque, pida verle, se roce  por curiosidad o sencillamente no quiera saber nada de El y pase de largo.
 Lo nuestro es ofrecer al mundo el escándalo de un Dios hecho hombre que trae  la paz y que nos invita a romper barreras, a romper cadenas, a abrir cerrojos y a  mirar juntos hacia un futuro lleno de esperanza para todos lo pueblos, para todos los hombre y mujeres y para el orbe entero, regalo de Dios, que también está expectante ante el gran acontecimiento de Dios- con- nosotros.
 ¡Santa María, Madre de Dios, Ruega por nosotros!  Ayudanos a aceptar, aunque no  lo comprendamos del todo, el proyecto de Dios para toda la creación. Amén.




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