IR DE PUNTA EN BLANCO.
Por Mary Almenara
El ser humano es presumido por naturaleza, y ante cualquier
evento que se cruce en su vida procura vestir sus mejores galas, ya sea para
agradar a los demás o a si mismo.
En mis años mozos teníamos unas fechas señaladas para darnos
el gusto de estrenar cualquier pieza de ropa con la que presumir como podía
ser; un vestido, zapato o una simple
rebeca. Había dos días diferenciados para tal fin. Uno era la fiesta de San
Gregorio el otro la de San Juan.
Más allá de esto poco se podía comprar para estrenar cada
vez que nos apetecía. Si surgía una boda o bautizo, se aprovechaba la última ropa
que se había comprado, y si era necesario se hacia un arreglo y listo.
Hoy, por el contrario, no existen fechas señaladas para
comprar y estrenar. La ropa que tenemos para ir al supermercado, puede valer
para ir al cine y viceversa. Ya no tenemos que preocuparnos por ir de punta en
blanco aunque tengamos que tomar un avión para ir de viaje, ahora impera la
comodidad por encima de todo.
Se estrena con tanta frecuencia que, ni nosotros mismos lo
notamos. No será la primera vez que adquirimos un par de zapatos y, sin
pensarlo, salimos de la tienda con ellos puestos. Con la ropa ocurre tres
cuartos de lo mismo, ponemos el usado en la bolsa y el nuevo nos lo
encasquetamos, pero nadie notará que estamos de estreno.
Ir de punta en blanco tiene su origen, y en este caso, viene
desde la época de los caballeros medievales. Estos empleaban armas de hierro
que carecían de filo y llevaban en la punta un botón, como el usado en esgrima
durante los entrenamientos, y se les conocía como armas negras. Las
que usaban en los torneos eran de acero y tenían el extremo afilado o, lo que
es lo mismo, la punta en blanco.
Es de esta costumbre de donde nos viene la frase: Ir de
punta en blanco.
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