Por Mary Almenara
Saber que la vida para todos ha cambiado es una realidad tan
grande como una catedral. Igual de real es saber que para unos ha cambiado y no
para bien, precisamente.
Pero el cambio al que me refiero en esta ocasión es el que
han experimentado los mayores de hoy con relación a los que vivieron unos años
atrás.
Sin entrar en radicalismos ni en feminismos exagerados si es
cierto que cincuenta años atrás las mujeres tenían un rol muy definido como era;
prepararse para ser ama de casa, esposa y madre, pasar su vida dedicada a la
casa y la familia. Hoy, sin embargo, ha logrado formar parte de una sociedad
más avanzada donde le está permitido compaginar sus tareas hogareñas con los hobbys
que más le satisfaga.
Uno de los primeros pasos que dio la mujer fue acudir a los
centros de mayores, donde compartían las tardes con otras personas jugando a la
lotería, cartas o cualquier otro juego de mesa con los que se entretenían unas
y otras.
Luego llegaron los bailes en el centro y las excursiones
semanales, donde visitaban diferentes sitios fuera del entorno del vivir
diario. Al cabo del tiempo, 25 años atrás, dieron comienzo los viajes del
INSERSO y a ellos empezaron a acudir,
primero tímidamente las mujeres que durante su juventud, no pudieron salir de
casa por motivos varios.
Las primeras en hacerlo fueron las casadas, que por aquello
de ir con el marido no se veía tan mal, luego fueron las solteras y viudas las
que tomaron carrerilla y, hoy si pueden, ninguna se queda en casa.
Hoy esos centros han cambiado, su fisonomía de vida, para
ofrecer a hombres y mujeres algo más que los juegos de mesa. En ellos se
ofrecen clases de pintura, baile, yoga y un largo etcétera hasta llegar a la
informática. Los mayores se han apuntado al carro de las nuevas tecnologías y
se sienten capaces de manejar un ordenador o un teléfono móvil con los últimos
adelantos.
Son útiles con más de sesenta años, ya no visten ropas
oscuras ni pasan el resto de su existencia enlutadas de pies a cabeza por la
muerte del marido. Hoy llevan pantalones de
colores alegres y juveniles sin caer en la chabacanería.
Son una ayuda de primera mano para sus hijos, ya que han
pasado a ser las cuidadoras de sus nietos.
Pero no olvidemos, que por mucho que les quieran, tienen que vivir también su propia vida.
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