Segundo domingo después de Navidad.
UN PRÓLOGO CON MUCHA MIGA.
Y llegó la Palabra, si, esa Palabra por la que todo se ha hecho como nos dice el prólogo del Evangelio de San Juan. Llegó la Palabra que tomando carne de las entrañas de Santa María se hace uno de los nuestros y pasa por toda condición humana, menos por el pecado, para poder salvar a los que andábamos y andamos en el pecado. Para posibilitarnos, siempre contando con nuestra libertad, el poder llamarnos hijos de Dios o poder llamar a Dios Padre.
Anda siempre por medio el testimonio y la vida como pasó con el Bautista a orillas del Jordán. Testimonio que es también reconocimiento de la necesidad de que Jesús sea el que tome el relevo no solo en la predicación, sino también en el inicio de una relación nueva con Dios: el hombre Jesús inicia así un camino que nosotros hemos de seguir si queremos poder contemplar un día a Dios cara cara. A ese Dios del que Juan el Evangelista nos dice " nadie ha visto nunca" pero que sí esperamos ver un día.
Y la vida, esta vida nuestra, a veces tan rota por problemas y dificultades y que nosotros mismos nos empeñamos muchas veces en recrear, una y otra vez, como auténticos críos que no terminan de aprender la lección. El también es el que inicia una nueva vida desde el Espíritu y nos lo da para que nosotros vivamos una nueva condición, andemos en una nueva fidelidad, corramos hacia la meta salvando obstáculos, sin escondernos, huyendo del mal y sabiendo afrontar el dolor con dignidad.
Ya no vale parapetarse en disculpas mas o menos bien razonadas. Ya no vale andar entre un sí o un no sin terminar de definirnos. Ser hijos de Dios exige ser siempre un sí mirando hacia adelante y confiando en su providencia, poniendo nuestra vida en sus manos, rescatando y dejando que El rescate lo que va quedando por el camino de nuestra dolida humanidad.
Celebramos en estos día que Jesús nace para salvarnos. El es: "Dios- con- nosotros" Y nosotros, ¿ Somos de Dios?
FELIZ DÍA DEL SEÑOR
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