EL FRACASO COMO PARTE INTEGRANTE DE LA MISIÓN
Desde los textos que se nos ofrecen este domingo para la reflexión nos podemos acercar de forma tímida y cuidadosa a la misión del profeta que implica y tiene que ver y mucho, con su vida; concretamente a su sensación de fracaso que es real, que el vive como algo que afecta a sus sentimientos y que se puede convertir y en muchas ocasiones es así, en el marchamo de sus días. Por un lado está el mandato que ha recibido y la garantía de la presencia de Dios en su obrar, pero por el otro está algo que se le dice, pero que cuando llega no es fácil de superar viéndose obligado ha hacer una reconversión en donde ha de poner todo su quehacer sea fructífero o no, en manos de Dios. Descubrimos que el profeta no solo anuncia la conversión a los demás sino que el también tiene que convertirse, también el tiene que abandonarse en las manos de Dios, también el tiene que pedir perdón y empezar de nuevo siempre que haga falta porque en él palabra y vida, han de ir al unísono.
Los textos de hoy, como decíamos mas arriba, nos hablan de ello. Primero el profeta Exequiel que habla de su llamada permanente y como desde el Espíritu es reforzado y enviado a anunciar a un pueblo rebelde el perdón y la misericordia de Dios, la conversión. Ya lo sabes, se le dice, es un pueblo que no va ha hacer caso, que no va a querer oír la Palabra. Eso te va a acarrear disgustos y a significar un doble esfuerzo y una lucha permanente por tu parte en contra del desanimo y las ganas de dejarlo todo. Si cumples te queda el consuelo de haber hecho lo que se te pidió y para lo que se te envió, aunque ellos no te hagan caso.
En la segunda lectura nos encontramos a San Pablo, anunciador de la Buena Noticia a los gentiles con una queja ante el Señor reconociendo que tiene que desinstalarse de la soberbia, del orgullo, de todo lo que suele traer de malo la sabiduría humana cuando se muestra a los hombres, para ser mas humilde, para estar realmente en la palabra de Dios que anuncia como necesaria para la conversión y que el debe, tiene que hacer también suya. No se trata de solo decir a la gente: cambien, sean buenos y crean en Dios. El profeta también tiene que cambiar, también tiene que ser bueno, también tiene que creer en Dios y si no, es vana y superflua su predicación, aunque Dios pueda provocar la salvación en el que escucha.
Y llegamos al Evangelio en donde Marcos(6,1-6) nos relata de forma muy breve el fracaso de Jesús en su pueblo, con su gente. Este acontecimiento debió ser importante y marcar la vida de Jesús y sus acompañantes puesto que también San Lucas ( 4,16-30) y Mateo (13,53-58) dan cuenta de ello en sus respectivos testimonios.
Podríamos decir que el dolor y la pena que manifiesta Jesús no es por la familiaridad con la que sus paisanos se le muestran recordándole que ha crecido entre ellos y que conocen a toda su familia; sino por el hecho de que esa familiaridad les lleve a desconfiar de el y pensar que es un farsante que no merece crédito ni su palabra, ni su obra, haciendo imposible que la palabra de Dios llegue a sus vidas. Se estan negando a la posibilidad de que Dios actué por ellos, en medio de ellos, siendo uno de ellos.
Esto debe ayudarnos a sobrellevar la incomprensión, el desprecio o el dolor que podamos sufrir ante el hecho del anuncio de la palabra que como ya hemos dicho mas arriba, no ha de ser solo de boca, sino también con acción. Se trata de ser consecuente con lo que decimos creer y celebramos. Se trata de sinceridad, cercanía, transparencia y esa confianza en el Padre que nos ha de mantener en la misión a la que hemos sido enviados. Se trata también de no despreciar la alegría, pero tampoco el sufrimiento cuando lleguen. Se trata de saber descubrir la presencia de dios en todo acontecer.¡¡Feliz Día del Señor!!
José Rodríguez Díaz
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