sábado, 12 de marzo de 2016

Sobre el centenario del genocidio armenio

Ya entre 1894 y 1897 habían sido masacrados en el Imperio Otomano entre 300.000 y 400.000 cristianos, unas matanzas de las que el beato Carlos de Foucauld fue testigo de excepción desde la Trapa de Cheiklé
El 12 de abril, el papa Francisco celebró una misa en recuerdo de los armenios cristianos inmolados hace un siglo por los «Jóvenes Turcos» que gobernaban el Imperio Otomano. La persecución empezó el 24 de abril de 1915, durante la Primera Guerra Mundial. Hace ahora cien años. El Papa ha recordado que el siglo pasado conoció tres grandes tragedias: «La primera, que se considera generalmente como “el primer genocidio del siglo XX” ha golpeado a vuestro pueblo armenio, la primera nación cristiana, junto con los católicos y los ortodoxos sirios, asirlos, caldeos y griegos». El empleo de la palabra «genocidio» ha enfurecido al primer ministro Erdogan y al Gobierno turco, que lo niegan.
Lo que muy poca gente sabe es que no era la primera persecución sangrienta contra los armenios. Unos años antes, entre 1894 y 1897, el sultán Abdul Hamid II, decidió limpiar de cristianos su reino. Se calcula que, en esos cuatro años, perecieron entre 300,000 y 400.000 cristianos armenios y otros. Este genocidio inicial tuvo un testigo privilegiado: el beato Carlos de Foucauld. Y este hecho influyó en su vida. Veámoslo.
«Tendríamos que haber perecido, pero no he sido digno del martirio»
Foucauld
Carlos de Foucauld
Después de su conversión, en su deseo de imitar lo mejor posible al Señor, había decidido entrar en la Trapa. Pero había pedido que le enviaran a la más dura. Se acababa de fundar una muy al norte de Siria, Para llegar a Cheikhlé, la Trapa tan pobre soñada por Carlos, la última etapa la tuvieron que hacer a pie, empleando dos días. Estaba a 800 metros de altura, entre un circo de montañas coronadas de pinos parasoles y de encinas, en unas instalaciones elementales, en un terreno pedregoso que había que convertir en cultivable. Eran dominios del sultán.
En febrero de 1896, Carlos le cuenta los hechos por carta a su prima, María de Bondy. Los turcos, por orden del sultán, han asesinado en masa a los cristianos de Armenia: 140.000 en un mes. En Marache, a diez leguas donde está la Trapa, asesinan a 4.500 en dos días. ¿A él le tocará el martirio tan deseado? No, pues son extranjeros y el sultán no quiere problemas con Europa y, en un ejercicio de cinismo, pone una guarnición para «proteger» el monasterio y sus alrededores. Hay que aislarlo, que no se metan en nada. Así se lo comenta a María: «Nosotros y todos los cristianos de los alrededores tendríamos que haber perecido; pero no he sido digno del martirio. Estamos “protegidos” por los asesinos de nuestros hermanos».
En cierta manera, este hecho le hará reflexionar. Siempre dijo que no quería ser sacerdote, pues le parecía una situación de privilegio, y él quería ser el último de los últimos. Pero el asesinato de tantos cristianos despierta su interés por el sacerdocio. Lo será. En la misma carta se lo comenta a María: «Me hubiera gustado ir de pueblo en pueblo (como sacerdote) animando a mis hermanos cristianos».
Los genocidas de entonces, como el sultán Abdul Hamid II, temían la reacción de las potencias europeas cristianas. Los de hoy, no. ¿Por qué? Porque esas potencias ya no son cristianas, ni de nombre. Se amparan en su laicismo. Son cobardes, no quieren problemas y, mientras no les toque (como en el caso del semanario satírico francés Charlie Hebdo), solo les interesa disfrutar tranquilas. También para ellas, el papa Francisco ha tenido un recuerdo duro: «Hoy estamos viviendo un genocidio causado por la indiferencia general colectiva».
No quieren pensar en lo que las espera. Así nos va.
Autor: José M. Salaverri
Fuente: Eclessia

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