Alepo fue la capital económica de Siria,
la ciudad más poblada del país y también una de las ciudades más
antiguas de la región, con un patrimonio del que no queda prácticamente
nada. Desde que estalló la guerra civil, ha sido el escenario de
enfrentamientos entre las fuerzas del régimen y las de la oposición, que
han controlado a medias la ciudad y se replegaron ahí tras la pérdida
de Homs. De hecho, fue la inesperada resistencia de los rebeldes en
Alepo, hace un año –con las consiguientes derrotas de las fuerzas
gubernamentales–, lo que provocó la intervención de Rusia en el
conflicto. En conjunción con las fuerzas iraníes, se trataba de salvar
el régimen de Bashar al Asad. El objetivo, al menos por el momento,
parece cumplido.
Víctima colateral de la ofensiva sirio-ruso-iraní ha sido la suspensión de las conversaciones de Ginebra,
aplazadas para dentro de veinte días antes incluso de empezar. La
desbandada de Ginebra es paralela a la mucho más dramática de la
población civil que intenta huir de la ratonera en la que se va a
convertir Alepo cuando los rusos logren cortar la estrecha ruta que une
los barrios ocupados por los rebeldes con Turquía y los militares
chiitas avancen y encierren la ciudad.
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