sábado, 5 de abril de 2014

LA PALABRA DEL DOMINGO

 
 LA SOLEDAD DEL QUE  QUIERE SER FIEL
 QUINTO DE CUARESMA. CICLO A.


Llegamos este fin de semana al domingo quinto de cuaresma en donde Jesús devuelve a la vida a su amigo Lázaro cuando ya llevaba cuatro días muerto. Hay dos textos mas en los evangelios en donde Jesús devuelve a la vida, uno es el de la hija de Jairo y el otro el de el hijo de la viuda de Naim. 



 De esta forma Jesús es presentado como aquel a quien el Padre ha enviado con poder sobre la muerte, sobre el pecado. Como aquel que da la vida definitiva. El texto que nos ocupa hoy se diferencia de los anteriormente citados por la extensión del relato y por la forma en que Juan nos presenta el acontecimiento.

Habiendo recibido Jesús la noticia de la enfermedad del amigo y la petición de que acuda cuanto antes, no lo hace de inmediato, sino que transcurren cuatro días, cuando ya el amigo esta en la sepultura y sus hermanas y vecinos han pasado por el trance de sufrir el dolor de la muerte, de la separación.

En el texto aparecen dos grupos de personas que siendo muy cercanos a El no terminan de entender nada. Uno es el de los discípulos y el otro, el de las hermanas que le reprochan su tardanza en acudir al aviso que se le envió. En medio está Jesús y los interrogantes que su decisión plantean. No se deja manipular por los unos, ni se deja chantajear por la amistad de los otros. Lo suyo es hacer la voluntad del Padre. Eso, además del sufrimiento por la muerte del amigo, le procura cierto rompimiento, pues se da cuenta de que por los mas cercanos, los mas allegados, no termina de ser entendido. No obstante, el quiere dejar claro y bien patente, la opción de Dios por los hombres, el quiere hacer su voluntad, cosa que puede verse empañada por amistades y sentimientos que le pueden apartar del corazón del Padre.

La confesión de fe por parte de las hermanas se hace necesaria para que Lázaro pueda volver a la vida. La fe confesada es necesaria para alcanzar la vida. No basta con ser amigos, no basta el que se haya compartido casa y mesa, hay un paso imprescindible a dar para que la vida nueva sea realidad pujante. La confesión pública de que El es el Señor.

Por otro lado, esto es ya un anticipo de lo que sucederá con su propia muerte que traerá la dispersión, el miedo, el no saber y que pondrá en peligro los años compartidos y la amistad que se ha podido ir fraguando.

Nos encontramos además, con un Jesús que llora, que ora y que tiende la mano al que, aún con reproches, acude a el. Un Jesús humano, solidario y atento, que ayuda a encontrar el sentido ultimo de la vida y de la muerte, que enseña a saber poner nuestra esperanza definitiva en Aquel que no quiere la destrucción del hombre sino que viva, al que estando en la misma nada, sigue tendiéndole la mano para convertir la muerte, toda muerte, en vida.

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