Geopolítica de la Solidaridad
Día de la Hispanidad
Por una Comunidad hispanoamericana de promoción humana
«Porque la obra de España en América, más que una empresa, fue una Misión»
El 27 de mayo de 1975, el padre Jorge Mario Bergoglio, superior provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, con motivo de la Celebración del Día de la Patria (25 de mayo), pronunció el siguiente discurso:
No creo oportuno dirimir aquí, las cuestiones que los historiadores se plantean acerca del alcance de los acontecimientos de mayo de 1810, ni bucear en la trama de las tendencias ideológicas que gestan ese día. Pero sí me parece clara la direccionalidad que asume este acontecimiento en los hombres que lo sellaron de realismo.
Y tres figuras se imponen a este momento, sin desmedro de otras preclaras actuaciones: la de don José Gervasio de Artigas, que popularizó y dio claro sentido federal con alcance americano —la Patria Grande, como él decía— a esta gesta revolucionaria. La del general don Martín Miguel de Güemes, que defendió valientemente la frontera más vulnerable, y la del general don José de San Martín, que es no solo el más grande estratega militar que gestó el siglo XIX, que es no solo el político visionario de la unidad continental para hacer frente al imperialismo de turno, sino que —sobre todo— es una conciencia superior que es expresión de la conciencia superior del pueblo que él interpretó y condujo. Este hecho nos enorgullece y compromete.
Conciencia superior porque nuestro Pueblo puede oponer al proyecto de la Ilustración, sea el liberal o el marxista actual, una razón superior que la razón del dominio camuflado en ideología: es la razón superior de la justicia.
Y esto es, gracias a Dios, para nuestro Pueblo y los pueblos americanos. Fuimos forjados por la España que, más allá de las contradicciones y los límites en la concepción histórica, nos deslumbra con sus Leyes de Indias, con las Ordenanzas de Alfaro, con la conciencia misionera de una mujer maravillosa que la historia daría en llamar Isabel la Católica. Sí, la misma que hizo devolver a Colón los indios que él había traído a Europa, porque nadie osaría tratar así a sus vasallos.
Somos hijos de una gran conciencia. Porque la obra de España en América, más que una empresa, fue una Misión. Una misión del pueblo español que se volcó a estas tierras con lo mejor que tenía: su cultura y su fe. Misión de los conquistadores que en cincuenta años recorrieron a pie el continente, fundando pueblos y mezclándose, sin miedo, con los indios. Misión de los misioneros: la de los franciscanos que sembraron la devoción a María, el germen profundo de la unidad y de la auténtica Esperanza de los americanos; y la de los jesuitas, que volcaron en estas tierras, una tenaz voluntad de organización que afianzaría la conciencia del Pueblo de justicia, de soberanía. Y cuando, a través de los afrancesados borbones, los intereses imperiales penetraron en la Corona española, hubo que acallar y extinguir a la Compañía de Jesús, pero se equivocaron si pretendieron con ello matar los frutos. La semilla estaba sembrada: la de la fe inconmovible en el seno de la historia, una vocación de dignidad y de justicia y una enseñanza preclara acerca de la soberanía popular que repetía e inculcaba los principios de ese gran maestro y filósofo jesuita que fue don Francisco Suárez.
Docentes y alumnos: este es un legado que nos enorgullece y nos compromete. La educación, esa maravillosa tarea de forjar hombres, tiene un derrotero muy claro que andar:
—cristianos con vocación de paz y justicia.
—argentinos que pospongan sus mezquinos intereses a los intereses de la Patria.
Al igual que los hombres que forjan nuestra nacionalidad, que, abiertos a la Esperanza cristiana, supieron dar el paso que les correspondía poniendo los fundamentos de una institución: la patria. Y a nosotros nos corresponde seguir esas huellas. Y aceptar seguir hoy adelante en este camino solo puede hacerse echando raíces en esa área que es la fe de nuestros padres. Y si la miramos con atención, veremos que esta fe de nuestros padres, esta sabiduría peculiar del pueblo argentino vive de cuatro principios cristianos que son el eje de su vida y de sus instituciones:
el todo es superior a la parte,
la unidad es superior al conflicto,
la realidad es superior a la idea
y el tiempo es superior al espacio.
Proclamar este 25 de mayo, aquí, en este histórico patio del Sagrado Corazón, el Día de la Patria, es hacer nuestro el hondo privilegio del tiempo, de la unidad, del todo y de la realidad, sobre los mezquinos intereses de los espacios parciales, de los conflictos fracturantes, de las partecitas que nos quitan miradas de cuerpo institucional, de las ideologías que nada tienen que ver con la realidad. Solamente así seremos fieles a la fe de nuestros padres y leales a la Patria.
El Señor nos ayude a comprender y a practicar esto.
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