sábado, 26 de septiembre de 2015

La historia que se repite.






 Una refugiada siria muestra su tarjeta de refugiada a las puertas del CETI de Melilla. / Antonio Ruiz (EL PAÍS)

 Cada mañana, con el primer rayo de sol, Barakat camina hasta la frontera, saca de su bolsillo su pasaporte sirio y se lo enseña a la policía marroquí. Cada mañana le ordenan de malas maneras que se marche, le dicen que no puede cruzar las decenas de metros que le separan de España, de una solicitud de asilo y de su familia. Fue a la décima intentona cuando llegó la vencida para el pollero de Homs. A las siete de la mañana, el policía marroquí le expulsa como siempre, pero esta vez, Barakat espera oculto entre la multitud que se agolpa en el paso fronterizo de Beni Enzar, el que separa Nador (Marruecos) de Melilla. Espera al preciso momento en que el funcionario abandona la garita para tomar té y dar el relevo a un compañero. Se cuela, y decenas de pasos después está en España.
Como la de Barakat, el 90% de las solicitudes de asilo en las fronteras españolas se piden en Melilla, según los datos que maneja el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Melilla es la gran puerta del sur de Europa, por la que este año han entrado 6.200 sirios y palestinos y sus familias. Entran alejados de las cámaras de televisión que enfocan a fronteras de Europa más congestionadas, pero sus dramas son muy parecidos. Sueñan como los demás, con alcanzar el norte de Europa.

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