Decimos madre de Dios y lo decimos tranquilamente, con la misma
naturalidad con que decimos la madre de Carlos o de Carlota.
Sin
embargo, esa expresión está reclamando nuestro estupor, incluso cierta
resistencia, cierto escándalo. Madre de Dios. En el límite del lenguaje y
al borde mismo del absurdo, hemos tenido que hablar así: Dios, que es
incapaz de hacer otros Dios, hizo lo más que podía hacer, una madre de
Dios. (José María Cabodevilla)
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