Para que los sacramentos sean creíbles
La rápida evolución del hombre, de la sociedad, de la historia, nos sitúa siempre ante el reto de encontrar formas de expresión cultural, religiosa y sacramental o litúrgica adaptadas a su capacidad de expresión y a su necesidad de comunicación, sobre todo cuando se trata del mundo de lo invisible.
Los cambios que se han producido y se están produciendo conmueven el escenario, la visión, las actitudes y comportamientos del pueblo. Tales son las consecuencias de la globalización y la exclusión, la violencia y la droga, el consumo que exalta el tener y el poder, el pluralismo teológico y religioso que se manifiesta en grupos y sectas, el relativismo moral y doctrinal, el subjetivismo y privatismo religioso, las variantes prácticas e interpretativas de la religiosidad popular, el nacimiento de una nueva psicología religiosa basada, no en un mesianismo político religioso sino en un cierto desfallecimiento de las utopías y una cierta depresión creyente.
Se está produciendo, en efecto, un “proceso de des-institucionalización de la religión basado en un poder creer sin pertenecer”; unido a “la emergencia de nuevas experiencias religiosas” basadas en la emoción y el encantamiento; y apoyado en manifestaciones religiosas que buscan un contacto con lo sagrado cargado de ambigüedad; lo que da lugar a la “coexistencia de diversas formas de vivir lo religioso”. Se trata de una verdadera crisis de fe, que implica una crisis de Iglesia, y que conlleva quizás de modo más radical a una más profunda crisis en la práctica sacramental. Al fin y al cabo, la fe deriva de la persona de Cristo, figura por lo menos admirada y respetada, pero los sacramentos son identificados en su relación con la Iglesia tantas veces y por tantas cosas criticada, cuando no rechazada. Las creencias son también muy variadas: hay quienes aceptan de hecho un deísmo difuso o un gnosticismo confesado, otros un indiferentismo pasivo, un monoteísmo o un sincretismo, una fe sin ritos ni moral o una moral y ética sin ritos. Esta situación supone un verdadero reto, tanto a los que administran los sacramentos, como a las formas litúrgicas y sacramentales dadas, y sobre todo a los demandantes o destinatarios de las mismas, que fácilmente se sitúan en una “clave hermenéutica existencial” alejada de las interpretaciones oficialmente esperadas.
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