Había que levantarse antes del amanecer, tempranito, ponerse las alpargatas nuevas, coger la calabaza para el agua, el pandero para ir cantando por el camino y salir caminando. En el camino, el grupo se iba agrandando con gente a la que nos uníamos o se unían ellos a nosotros, una veces por carretera y otras por caminos y atajos, hasta llegar a la Villa de la Virgen.
Otro recuerdo hermoso de este mes es la recogida del millo, la descamisada y luego el desgrane, que siempre se hacía de noche y ayudado por los vecinos. Suponía tertulias, risas por los chistes y sobre todo conversaciones con los mayores tanto de la familia como de los vecinos, ¡¡con ellos aprendiamos tantas cosas...!!.
La recogida de la uva tambien era especial pues en el patio de casa había una gran parra de uva moscatel que mi padre podaba y cuidaba con mimo y era en septiembre cuano se recogía el fruto. Aquellas uvas tan grandotas y dulcitas, nunca las he vuelto a probar así. El año que la parra cargaba, mi madre repartía a sus hermanas y a las vecinas y nos mandaba a ello, ¡¡qué hermoso!!. Son cosas que no se pueden olvidar. Los pobres reparten con los pobres decía mi abuela Jesús, que era de Santa Lucia de Tirajana.
También fue en este mes, una víspera de la Virgen del Pino precisamente, que estábamos por la tarde en la azotea de casa junto con mi madre, viendo pasar los coches que formaban un gusano interminable por toda la carretera que baja por Arucas hasta la capital, cuando mi madre, permitiéndose un gasto extra, mando a mi hermano el mayor a comprar medio duro de mantequilla. La mantequilla aquella que venia envuelta en un papel especial con una niña que lucia una sonrisa de boca llena y una rubias trenzas, "Marianne" , creo que se llamaba. Así supe a qué sabía, ( me supo a gloria) cómo olía y cómo había que manejarla.
También era en el mes de Setiembre cuando volvíamos a la escuela. El día siguiente de la Virgen del Pino ya empezaban las clases y era otra fiesta. Recuerdo los nombres de algunos de los maestros, Don Manuel, Don Salvador, Don Juan, Don José. Los libros no eran muchos, "Nosotros" o "La Enciclopedia" que tenía las tapas verdes. Cuadernos uno solo, los mas pudientes tenían dos, uno para escribir y otro para las cuentas, el lápiz y si la economía en casa estaba bien, lapices de colores, la consiguiente goma para borrar y para de contar. Para llevar los libros una bolsa de tela hecha en casa o una maleta de cartón que no aguantaba un asalto. Pero íbamos contentos, jugábamos al balón, a los indios, conocíamos a otros chiquillos, los maestro no marcaban deberes y nos librábamos de hacer ciertas labores en casa como ir a coger hierba para la cabras, sacar el estiércol, limpiado las camas de los animales y atender otros como conejos, palomas, gallinas o acompañar en las labores de la tierra, que dicho sea de paso, a mi eso me gustaba tanto como ir a la escuela, pero era un cambio.
Van pasando los años y es en el mes de Septiembre cuando me ordena de sacerdote Don Ramón Echarren, que descanse en paz. El veinte y tres, de 1982 víspera de la Merced, a las siete de la tarde, en la parroquia de Santa Clara de Asís, en el barrio de Zárate. También un hermoso día lleno de ilusiones que, gracias a Dios, se han ido fraguando y creciendo, rodeado de amigos y de gente que me quería y me siguen queriendo, otros ya se han ido a la casa del Padre y ahí sigo, en la brecha, hasta que Dios quiera.
Como ven, ya me dirán ustedes si tengo o no motivos para vivir este mes con especial cariño y es que la vida se va conformando con acontecimientos mas o menos importantes que en el recuerdo nos sirven de acicate para seguir haciendo el camino con alegría y esperanza aunque las fuerzas, con el paso del tiempo, nos vayan abandonando, no importa, lo importante es que hemos vivido y seguimos sin desviarnos mucho del camino iniciado.
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