A ENEMIGO QUE HUYE PUENTE DE PLATA.
Por Maria Sánchez
En España somos muy dados a echar mano al refranero, siempre que la ocasión así lo requiera. Podemos presumir de ser el país con la mayor cantidad de refranes. La variedad abarca un gran abanico, donde tenemos para todos los gustos, meses y acontecimientos.
En España somos muy dados a echar mano al refranero, siempre que la ocasión así lo requiera. Podemos presumir de ser el país con la mayor cantidad de refranes. La variedad abarca un gran abanico, donde tenemos para todos los gustos, meses y acontecimientos.
El que traigo hoy nos viene bien
para poner fin o zanjar una disputa en la que nuestro contrincante quiere poner
pies en polvorosa. Cuando esto ocurre lo mejor es dejarle ir sin intentar
proseguir con la discusión.
No es la primera vez que observamos como dos personas se enzarzan en una pelea, dialéctica o física, donde ni uno ni otro quieren dar su brazo a torcer pretendiendo demostrar ser más fuerte y valeroso que su adversario. Los que, desde lejos siguen la reyerta intentan por todos los medios poner un poco de paz y cordura, sin conseguirlo, la mayoría de las veces.
Se puede comprender que no siempre es fácil ni agradable,
dar la razón a aquel que no la tiene, pero recordemos esa máxima que usan en la
abogacía y que dice: “vale más un mal pleito que un buen juicio”.Y es que en
verdad se trata de eso, de tener juicio o ser juicioso, y saber cuando debemos
poner un puente de plata entre nosotros y el enemigo, para de ese modo parar
una disputa que no nos lleva a nada provechoso.
No es la primera vez que observamos como dos personas se enzarzan en una pelea, dialéctica o física, donde ni uno ni otro quieren dar su brazo a torcer pretendiendo demostrar ser más fuerte y valeroso que su adversario. Los que, desde lejos siguen la reyerta intentan por todos los medios poner un poco de paz y cordura, sin conseguirlo, la mayoría de las veces.
Claro que esto no tiene valor cuando los que se pelean son dos gallitos, a los que aún no les ha salido la espuela.
Recuerdo hoy, con una sonrisa, aquellas guerriás que se formaban con los chiquillos de la pandilla. La mayor parte de las veces por algo de tan poco valor como el tener más ranas en la lata o más boliches (canicas) en los bolsillos.
La cosa empezaba de la manera más tonta que se puedan
imaginar. Mis amigos, Juan y Antonio, eran eternos rivales y, por nada y cosa
ninguna, se trincaban por los pelos en menos que canta un gallo. Las niñas que,
en aquella época éramos más lelas que las de hoy, lo arreglábamos todo con
lloriqueos.
Así que mientras ellos se daban la gran tunda nosotras,
llorando como Magdalenas, les gritábamos entre gipio y gipio: “déjalo ir
Antonio, déjalo ir que le rompes la camisa y tu madre te da una jalá”
.Pero, ni con esas, a Antonio no lo ganaba nadie a torrotú y majadero por lo
que a él eso de: “A enemigo que huye puente de plata” no le decía nada y
prolongaba la pelea hasta que una de las niñas salía corriendo a buscar a una
de las progenitoras de aquellos dos gallos de pelea. Con la llegada de éstas no
sólo se ponía el puente de plata, sino que las orejas, de uno y otro,
terminaban rojas como tomates para refrito.
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