viernes, 14 de noviembre de 2025

Reflexión para el domingo XXXIII del tiempo ordinario. Ciclo C.

CONFIANDO EN EL PADRE.

Entramos ya, como el otro que dice, en la recta final del ciclo litúrgico de este año que concluirá la semana próxima con la solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo.

Todo un año que llevamos pensando y reflexionando sobre nuestra vida como Hijos de Dios e intentando hacer este camino de forma que nuestra fe sea cada vez más auténtica y verdadera dando respuestas a nuestro devenir histórico; porque es que si la fe no me sirve para lo de cada día, no me sirve de nada pues si lo que digo creer es como una camisa que cambio todos los días para nada me vale. La fe no es algo que se pueda uno quitar de encima, no. La fe se tiene o no se tiene. Si es verdad que esa dimensión de abandono en el Señor que posee y la caracteriza ha de evolucionar, cambiar, al tanto y reflujo de todo lo que es sufrimiento o alegría en la vida, en mi vida. La fe en una palabra, en la medida en la que me acerca a Dios desde los hermanos y los acontecimientos o viceversa, en esa medida, me hará crecer en el conocimiento de la verdad de Dios y la mía y me hará cada vez mas consiente de su grandeza y cercanía y mas humilde; es decir: me hará mas consciente de mi condición humana. A tener presente que esto último no va en detrimento del hombre, de su condición o naturaleza, antes al contrario, lo engrandece pues en la medida en que el hombre es consciente de sí mismo, de su ser, en esa medida es hombre y está cumpliendo con su condición ontológica de ser. No estamos en este mundo para luchar contra la deidad, sino para ser iluminados por ella y desde ahí descubrir nuestra propia condición de hombre, sin renunciar a ella.

   Dicho esto nos volvemos a los textos a ver que es lo que nos dicen y nos encontramos con que el primero es del profeta Malaquías ( Mal. 4,1-2 ) el último de los profetas. Este hombre anuncia el castigo de Dios para aquellos que aprovechándose de su situación, no honran a Dios ni respetan a los hermanos. Abusan de sus hermanos, viven en la maldad y presumen de su iniquidad. El castigo para estos será grande. El texto termina con la esperanzan y la misericordia de Dios que como un remanso se nos recuerda en el último versículo para los que permanezcan fieles y dice así: “ Pero los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en las alas.”.

La fidelidad, la permanencia en la fe ante las adversidades o las tentaciones, será recompensada con la presencia y la belleza del que todo lo ilumina nos dice el profeta.


En el segundo texto nos encontramos a Pablo que escribe a los de Tesalónica ( 2aTes.3,7-12) y en donde les recuerda algo que al parecer ya les ha dicho en otra ocasión. Pablo no quiere parásitos dentro de la comunidad. Hay que trabajar, cada cual desde lo que sepa hacer, nada de aprovecharse de la buena voluntad de los otros atreviéndose a poner como modelo. ¿ Qué es eso de dedicarnos a no hacer nada? Eso no va con nosotros, con los seguidores de Cristo, así que, en nombre de Jesús, todo el mundo a trabajar haciendo lo que puede y desde donde puede, nada de brazos cruzados. Hay que ganarse el pan. De esta forma sale Pablo al paso de una corriente quietista que argumentaba que como estamos en manos de Dios, el nos lo dará todo en el momento oportuno, por tanto, no hay que hacer nada, no hay que trabajar, Dios se encarga de todo. Esto mal interpretado, era motivo de holgazanería y de abusos dentro de la comunidad. Pablo pone las cosas en su sitio. Hay que trabajar con honradez, solicitud y ánimo y entonces es cuando el Señor hará fructificar nuestro esfuerzo. Nada de aprovecharse del trabajo de los otros y menos de su condición de bondad o entrega.


El texto del evangelio nos lleva de la mano de San Lucas (Luc. 21,5-19) hasta Jerusalén y ante el templo a escuchar cómo la gente presume de obra tan hermosa y magnifica vanagloriándose de ella. Jesús les recuerda lo perecedero de la obra del hombre, de toda obra, todo pasa ¿ Cuando? Le preguntan refiriéndose al templo. La respuesta de Jesús va siendo cada vez mas definida pues partiendo de la admiración va a intentar llegar al corazón de los que le preguntan para hacerles caer en la cuenta de que lo importante al fin y a la postre, es saber permanecer fieles al Señor ante cualquier adversidad sea cual sea y venga de donde venga. La obra pasará lo que queda va a ser el amor y la fidelidad con la que se ejecuta. Se trata de permanecer firmes en la fe y la confianza en el Padre y ya el pondrá en nuestras manos el consuelo necesario y las armas convenientes para no amilanarnos ante la dureza de la realidad o para saber descubrir la belleza de su amor entregado. Jesús habla de lo perecedero, habla de dolor, pero tambien de esperanza y de salvación. Nos dirá: hay que saber estar a las duras y las maduras, firmes ante la duda, el dolor y la muerte y poniendo nuestra debilidad en manos de y ante Dios de quien lo esperamos todo.

    El nos dará todo. De esta forma Jesús intenta aliviar el desconcierto y el dolor que genera y acarrea la toma de conciencia de nuestra fragilidad ante el devenir de los aconteceres de la historia y quiere aplacar nuestro afán a veces inconscientes, de seguir oponiéndonos a Dios porque sintiéndonos débiles queremos ser mas fuertes cuando la realidad es que nuestra riqueza, nuestra fortaleza está ahí, en esa debilidad que el mismo Dios enriquece, respeta y hace suya. (Es lo que hace con el Hijo amado resucitándole de entre los muertos cuando estaba en debilidad) Todo es don, todo es gracia, todo es generosidad del Dios Trinitario que amorosamente se nos entrega cada vez que lo invocamos desde nuestra verdad existencial. Desde esta realidad que se nos escapa constantemente de las manos y nos deja huérfano y doloridos.

¡¡Feliz día del Señor!!

José Rodríguez Díaz



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