“Que el bien aumente en el mundo depende en parte de actos no históricos; y que ni a vosotros ni a mí nos haya ido tan mal en la vida como podría habernos ido se debe, en buena parte, a todas las personas que vivieron con lealtad una vida anónima y descansan en tumbas que nadie visita.”
Middelmarch. Novela de George Eliot
Ensuciarse las manos
El pomo desprendido de la baranda de la escalera en la casa de los Bailey aparece en tres momentos de Qué bello es vivir, esa obra maestra del cine de Frank Capra. En el primero, lo hace como refuerzo del poder del amor, capaz de enfrentarse a toda clase de inconvenientes, también a la penuria material. El segundo instante es mucho más amargo, porque se convierte en la gota que desborda el vaso, el símbolo del fracaso y de la desesperación que siente su protagonista: después de una vida económicamente ajustada, en la que nunca se han podido cumplir sus sueños, en la que sus amigos han alcanzado puestos de éxito mientras que él ha permanecido encerrado en una pequeña ciudad, sujeto a los imperativos del deber. La rotura de ese adorno supone la toma de conciencia del fracaso que es su vida. Tanto luchar para acabar así. El milagro cinematográfico que Capra brinda a su personaje es permitirle encontrar el sentido a todo lo que ha hecho, y hacerle consciente de hasta qué punto las personas como él construyen la historia y permiten que el mundo sea vivible. Sin personas como él, Bedford Falls, la localidad en la que vive, sería un lugar inhumano, y Capra se lo muestra de forma cruda. Es entonces cuando el pomo aparece por tercera vez, en esta ocasión como símbolo de dicha.
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