sábado, 23 de mayo de 2015

LA PALABRA DEL DOMINGO

DOMINGO DE PENTECOSTÉS. Ciclo B.

  ROMPIENDO LAS ATADURAS DEL CORAZÓN.
Juan,20,19-23
 Este domingo volvemos a leer el texto de San Juan 20 que leímos el segundo domingo de pascua, aquel en el que Jesús resucitado se muestra  a los discípulos que  atenazados por el miedo y el no saber qué hacer se habían encerrado en casa y El llega y les  da la paz y les devuelve la alegría y les colma con el Espíritu Santo y les envía a ser testigos por todo el mundo de la buena noticia del amor de Dios expresado en el perdón de los pecados.
  San Lucas en la primera lectura nos ofrece uno de los relatos de los tres pentecostés que  consigna en su crónica de la Iglesia. Este domingo leemos el de la Iglesia de Jerusalén, pero nosotros  sabemos que también están el pentecostés de los Samaritanos y el de los gentiles en casa de Cornelio.
  Nosotros  hoy andamos suspirando por un nuevo Pentecostés, por el momento en que se produzca  en nuestra Iglesia. Esto será posible si sabemos permanecer unidos en oración junto con María y toda la Iglesia.
  Andamos preocupados por la evangelización  en nuestra diócesis y fruto de ello es el plan  de pastoral que  hemos  elaborado. Un plan diocesano de pastoral que mira  a las periferias como lugar privilegiado de nuestro  quehacer como discípulos del Maestro, de nuestro ser apóstoles, de nuestra condición de enviados, pero  al igual que a los primeros discípulos nos atenaza el miedo y el no saber por donde empezar cuando miramos a nuestro alrededor. Nos sentimos pequeños y acobardados, quizá porque no tenemos seguridad en los que  ha sido puesto en nuestras manos. Sabemos que  andamos necesitados de  la fuerza del Espíritu.

   Yo creo es mas bien esto ultimo. Ojala el Espíritu Santo  descienda en estos días sobre nuestra iglesia, que  se siente insegura, temerosa  y  desconfiada y nos lleve a las calles, al arrojo de anunciar sin  ambages y con transparencia, la Buena Noticia de Nuestro Señor Jesucristo. Esperamos y deseamos que el Espíritu Santo nos mueva, rompa con nuestra parálisis y al igual que a los primeros hermanos que andaban igual que  nosotros, nos lleve a  soltar la lengua  y proclamar que Jesús es el Señor, el único Señor que salva  y a predicar el amor de Dios, como hemos leído en los primeros sermones de Pedro, que hablaba en nombre de toda la  Iglesia naciente.
 Tambien creo que  nos falta  humildad, solicitud y saber confiar en que el Señor ya pondrá todo lo que haga falta o necesitemos, todo lo demás. Es necesario que nosotros  estemos dispuesto a abandonar nuestros miedos,  nuestras seguridades humanas, nuestras perezas y nuestras desconfianzas que  fructifican en inseguridad. Hace falta que nos dejemos transformar, dejar que el Espíritu  nos lleve  por los caminos de la vida, de nuestras parroquias, de nuestras relaciones con la gente, de nuestra sociedad y de nuestra vida interior.
  Mirando despacio la frase de Jesús: " recibid el Espíritu Santo", me doy cuenta de que quizá nosotros  no estemos tan dispuestos a recibirle, a aceptarlo en totalidad y plenitud y preferimos seguir chaqueteando, seguir engañándonos y dando largas, aunque eso sí, queremos hacer cosas, no nos podemos quedar atrás, pero  de verdad,  de la del corazón, ¿ estamos abiertos  a la novedad que trae consigo el Espíritu Santo al  que cada año pedimos venga sobre nosotros? 
 Esto solo se puede contestar personalmente. La respuesta está en cada uno de nosotros.
 Feliz  día de Pentecostés

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