Para desgranar los que en mi modesta opinión son unos y
otros, comenzaré por los conocidos. Aunque según la real academia existen
varias entradas para esta definición, me ceñiré a la de persona con la que se tiene trato pero sin llegar a la amistad.
Son aquellas que por vivir en el mismo lugar, calle o
edificio vemos con cierta frecuencia pero con las que, por educación, sólo
cruzamos un cordial y escueto saludo de
bienvenida y un adiós.
Estos no son los amigos con los que compartimos una taza de
café y, mucho menos, un secreto. Sólo son conocidos.
Cuando se habla de amigos la definición se hace bastante más
amplia. Amigo puede ser aquel compañero de colegio al que, por muchos años que
han pasado, seguimos recordando con el mismo cariño, nos alegramos
infinitamente cuando nos vemos y rememoramos los momentos compartidos. Quedamos
para comer un día y seguir hablando. Día que, en muchos casos no llega nunca,
pero que continúa en nuestra memoria hasta volver a reencontrarnos de nuevo.
Amigo, también, es aquel al que vemos casi a diario en el
gimnasio, en la puerta del colegio cuando vamos a dejar a los niños, o en las
clases de baile. Con él tomamos un café, charlamos de muchas cosas y un, hasta
mañana si Dios quiere.
También llamamos amigos a las personas con las que nos
relacionamos a través de nuestras páginas de contacto: Facebook, Tuenti o
cualquier otra a la que estemos adscritos. Bajo mi punto de vista pueden ser y
son amigos.
La razón es bien sencilla, como digo anteriormente, bajo mi
opinión particular, si bien son amigos online no es menos cierto que nos
hablamos cada día, aún sin conocer sus verdaderos rostros, compartimos alegrías
y tristezas o cualquier evento que surja en sus vidas.
Llegamos a echar de menos al que pasados unos días no vemos
aparecer por nuestra ventana. En ese momento sospechamos que puede estar
pasando por un mal momento e, inmediatamente, nos ponemos en contacto para
saber su estado, porque ya lo consideramos un amigo.
Pero en nuestro corazón tiene cabida otro amigo, El AMIGO
DEL ALMA así con mayúsculas. Porque es la prolongación de nuestro corazón,
nuestros sentimientos, los pensamientos que pasan por nuestra mente y los
secretos que no compartimos con nadie. Es el que sabe respetar nuestros
silencios, el que calma sus penas sólo con escuchar nuestra voz y ahuyenta
nuestra tristeza con una sonrisa.
Es también el que no guarda un pesar o desagravio que, sin
querer le hemos hecho. Él nota cuando
nuestro tono de voz no es el mismo y, en su corazón, salta una alarma que dice “¡Algo pasa!”
Llegan a ser tan especiales, tan nuestros que nos falta todo
cuando, por un pequeño agravio y sin llegar al enfado, parece que algo se nos
rompe dentro, cuando notamos que su voz no es la misma, que está distante, como
lejano. Son los que, como se dice siempre y siempre es cierto, se cuentan con
los dedos de una mano y nos sobran dedos.
Suele ser lo menos frecuente, pero se dan casos de tener
entre estos amigos del alma a algún pariente, son los menos pero sé de algún
caso en el que esto ocurre.
A ustedes, estimados lectores, les considero mis amigos ya
que para ustedes escribo y son ustedes los que me leen.
Y, como amigos, les comunico que estaré ausente por unas
semanas, no serán muchas y el motivo es para mí de felicidad. Les contaré que
me voy a la península para asistir a la boda de mi primer sobrino- nieto.
Esto se lo cuento porque son ustedes mis amigos.
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