* «Si queremos de verdad amar a Dios, debemos apasionarnos del hombre, de todo hombre, sobre todo de aquel que vive la condición en la que el Corazón de Jesús se ha manifestado: el dolor, el abandono, el descarte. Sobre todo, esta cultura del descarte que vivimos hoy. Cuando servimos al que sufre, consolamos y alegramos al Corazón de Cristo. El Corazón de Jesús late por nosotros rimando siempre estas palabras: ‘¡Ánimo! ¡No tengas miedo!’. Ánimo, hermana, ánimo, hermano, no desfallezcas, el Señor tu Dios es más grande que todos tus males, te toma de la mano y te acaricia. Es cercano a ti, es compasivo, es tierno. Él es tu consuelo»
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